César Aira sobre Witold Gombrowicz (1986)

Last Updated on: 4th febrero 2023, 03:11 pm
“Nostalgias de un polaco en el exilio” | publicado originalmente en “Creación. La revista argentina para el nuevo siglo”, 1986.
Si se hiciera un studio sistemático de la posición de exilio de los grandes escritores, de cualquier época, los resultados serían sorprendentes. Es probable, de hecho, que terminaran siendo excepciones los que vivieron e hicieron su obra en su patria y su lengua. Más excepcionales aún serían los que trabajaron fuera de un área étnica, linguística o social minoritaria o marginada. Echando un vistazo a los grandes novelistas hoy vivos, casi ninguno escapa a la regla en su sentido más lato: Nathalie Sarraute y Marguerite Duras, respectivamente una rusa y una indochina en francia, Patricia Highsmith, tejana en suiza, Günter Grass, ciudadano de un país que dejó de existir (Danzig, su ciudad, es hoy parte de Polonia); la lista podría hacerse muy larga, aun sin incluir a los exiliados políticos, o a los latinoamericanos. Remontarse al pasado equivaldría a hacer una monumental clasificación de intrincados exilios; podrían encontrarse ejemplos directamente inexplicables; por no dar más que uno, al azar: Juan Larrea, español radicado en la Argentina, y uno de los mayores poetas del siglo en idioma francés.
Pero hay un caso que sigue siendo el más intrigante, el más secreto, y con mucho el más importante para nosotros, argentinos: el de Gombrowicz. Nacido en Malosyce, Polonia, en 1904, a los treinta y cinco años, autor ya de un volumen de cuentos, una obra teatral y una gran novela, Ferdydurke (1938), llegó a la Argentina por casualidad (es más que probable que en sus primeros treinta y cinco años de vida no haya pensado una sola vez en la Argentina) y se quedó aquí, primero por causa de la guerra, después por pereza, o quién sabe por qué, nada menos que veinticinco años. En 1964, ya famoso en Europa, se radicó en Francia, donde murió en 1969. Toda su madurez transcurrió en un país casual, extraño, con el que no mantuvo casi otras relaciones que las estéticas y filosóficas. A la primera novela mencionada deben agregarse otras tres, de no menores méritos: Transatlántico (1953), Pornografia (1960), traducida en la españa franquista como La seducción, y Cosmos (1964). Sus piezas teatrales: Ivonne, Princesa de Borgoña (1935), El matrimonio (1947), Opereta (1966). Los cuentos están reunidos en el volumen Bacacay, objeto de una reedición reciente. Hace pocos años, se conoció una temprana, y extraordinaria, novela escrita por Gombrowicz para un folletin periódico: Los hechizados. En cuanto a su Diario 1953-1966, no ha sido traducido al castellano, salvo dos sobresalientes fragmentos, cuya edición por separado preparó el autor: el Diario argentino, y estos Recuerdos de Polonia, que la editorial barcelonesa Versal presenta en muy elegante volumen.
Se trata de una encantadora, amenísima evocación de los años infantiles y juveniles de un personaje (el mismo) que Gombrowicz dibuja con mano maestra: la ironía, la piedad, el sarcasmo que toda persona madura tiene derecho a ejercer sobre el joven que fue, están potenciados en este caso por la comprensión profunda de la inmadurez, de su permanencia e irreductibilidad, núcleo de la obra witoldiana. Beneficios del azar objetivo de la historia: de un país tan inmaduro y snob como era Polonia, Gombrowicz pasó de pronto a un país que realmente le hizo entender lo que era la inmadurez y el snobismo: la Argentina. Aquí, hacia el año 1960, escribió en su Diario estos recuerdos, con vistas a organizarlos en libro, en un libro claro, persuasivo, cristalino, bien razonado, algo así como la Carta que escribió Kafka a su padre. La intención es semejante; el destinatario de Gombrowicz no es su padre, sino sus compatriotas… salvo que ya no sabe bien quiénes, o qué, son sus compatriotas. Es posible que haya escrito para explicárselo a sí mismo.
Las riquezas de este libro son innumerables; la recreación del ambiente intelectual en la Varsovia del período entre las dos guerras es inolvidable; más logrado todavía es el relato de su vocación, su lento, seguro, nada sentimental, transformarse en escritor. Cerca del final, el libro alcanza su momento climático en las páginas referidas a los judios. Hablando de sus años de universitario, a mediados de la década de 1920, dice Gombrowicz:
Poco a poco comencé a darme cuenta de que ese mundo judío incorporado al mundo polaco tenía una importancia extraordinaria como elemento explosivo y que era una de nuestras mayores oportunidades de elaborar un nuevo tipo de polaco, con una forma moderna, capaz de encarar el presente. Los judíos eran nuestro lazo de unión con los problemas más profundos y complejos del universo” (pág. 206).
Por supuesto, el cosmopolitismo judío está ahí para hacer contraste con el provincialismo polaco (Gombrowicz es de esos escritores infinitamente insistentes con sus ideas, y sabe adaptarlo todo a sus argumentos, con un estilo de repetición que es parte de su humor); pero lo que esbozan estas páginas luminosas es algo más general: la cultura del hombre, dice el genial polaco, nace de la confrontación con el otro, y el “otro” del que disponía Polonia, y Europa entera, en esos años, era el judo. El otro gran escritor político del siglo XX, Kafka, un judo, precisamente, confirma estas razones en su propio Diario.
Nada más lejos del “anarquista” que una lectura superficial de su obra haría pensar que fue Gombrowicz, y que se piensa oficialmente que fue, en la Polonia de hoy. (Más próxima de la verdad parece una de las tantas poses que adoptaba para desorientar a la gente, la del hidalgüelo terrateniente sincero, decente, realista). Frente a la apoteosis de la individualidad que es ese “anarquismo” que él proclamó y que consiguientemente le adjudicaron (resultado de la extinción de la cortesía, ese tomar al pie de la letra lo que uno dice de sí mismo), está la identidad, esa madurez, que Gombrowicz elaboró a partir de caracteres nacionales que es preciso inventar en el arte y el pensamiento. De ahí la importancia especialísima de este libro; y la de su Diario Argentino, en el que se consuma la adopción imaginaria de una nacionalidad afectada de inexistencia. Cualquiera de los dos es inagotablemente útil para argentinos. Nuestra adopción de Gombrowicz, todavía incipiente, inorgánica, es el camino para llegar a tener una literatura, y quizás algo mas.