Nostalgia de otro mundo – Ottessa Moshfegh (reseña)

Last Updated on: 4th febrero 2023, 03:39 pm
Ottessa Moshfegh (Boston, 1981, estudió M.F.A. en Brown y tuvo una residencia/beca en Stanford) saltó al reconocimiento literario con su segunda novela, Eileen (2015), en la que narra la historia de una chica en un pueblo de Massachusetts, al que llama “X-ville”. Ahí, la narradora trabaja como secretaria en una prisión juvenil al tiempo que convive con su padre, un agente de policía jubilado con problemas de alcoholismo y paranoia. Por este libro Moshfegh sería nominada al pretigioso Man Booker Prize en 2016, y ganaría ese mismo año el Hemingway Foundation/PEN Award.
Poco después, en 2017, Moshfegh publica Nostalgia de otro mundo, un libro espectacular que narra la vida de un montón de personajes atípicos, raros, borde, en continuo sabotaje o traición a lo largo de sus relaciones, trabajos y proyectos —en inglés, el libro se llama Homesick for another world, lo que quizá añade una capa adicional a lo que experimentan: un anhelo por regresar a un lugar indeterminado, probablemente inexistente.
“Me estoy cultivando”, el primer cuento, narra los andares de una maestra en un colegio enfocado en integrar migrantes a la vida académica en el país —duerme a ratos en un sleeping bag en el salón, y ayuda a sus estudiantes a contestar correctamente sus exámenes, al tiempo que llama a su exesposo cuando está borracha o se siente sola.
Por lo general, seguía borracha de la noche anterior. Algunas veces me tomaba en el almuerzo un botellín de cerveza fuerte de trigo en el restaurante indio de la esquina, para poder seguir en pie. La cervecería McSorley's estaba cerca, pero no me gustaba nada todo ese aire nostálgico, aquel bar me sacaba de quicio.
Al cierre del cuento pareciera que algo está a punto de cambiar, pero no sucede.
En “El señor Wu” (texto originalmente titulado Disgust) un hombre se enamora de una mujer a la que ve con relativa frecuencia en su barrio y, tras un breve plan, entra en contacto con ella por mensajería instantánea. Su respuesta positiva lo sume en la desesperación:
La observó sacar la polvera y amoldarse el pelo. Se deshizo la coleta e intentó peinárselo con los dedos. Lo único que consiguió fue empeorarlo. Se lo volvió a recoger y se rascó los rabillos de los ojos. Parecía estar quitándose alguna porquería. El señor Wu sintió un poco de náusea y apagó el cigarrillo. Miró la hora. Eran las tres y media. Ella se empolvó la cara y, mientras la observaba, él se dio cuenta de que su forma de maquillarse era un poco torpe, que se estaba empolvando la cara demasiado rápido, con excesivo entusiasmo.
“Malibú”: un hombre, desempleado y con baja autoestima, conoce a una chica por teléfono. Quedan de verse y, en el inter, el hombre le pide dinero a su tío para poder salir con ella. El tío está enfermo, siente que está a punto de morir. Todo lo que el narrador desea —no estar solo, tener una conexión con alguien— lo proyecta en la mujer, al tiempo que le niega a su tío esa misma posibilidad.
Aquella noche, de camino a Lone Pine para encontrarme con Terri, no podía dejar de pensar en mi tío. Cuando lo dejé en su casa, no me invitó a entrar ni me preguntó por mi cita ni dijo nada de nada. Había salido del coche y se había quedado en la acera, apoyado en el bastón y mirando fijamente el césped. Es verdad que no lo había cortado bien. Me había dejado largos trozos triangulares sin cortar y el cortacésped en el camino de entrada en vez de llevarlo arrastrando de vuelta al garaje. Pero ¿qué esperaba por veinte dólares? ¿Cómo podía molestarse conmigo después de todo lo que había hecho por él?
El autoengaño y la decepción, en este cuento, van de la mano.
En “Un lugar mejor”, la narradora (una niña pequeña) cree que ella y su hermano gemelo fueron enviados a la Tierra desde un universo diferente. La única forma de volver de donde vienen es que cada uno de ellos mate a la persona adecuada.
Drogas, alcoholismo y sexo, aunados a grandes dosis de humor y tristeza, son los vértices por los que se mueven los personajes, crueles en su mayoría, retorcidos, aunque no por esto carentes de compasión —e, incluso, de autocompasión, lo que los vuelve más humanos.
Christian Lorentzen, al reseñar el libro en Vulture, escribió: Las historias son en su mayoría maravillas, pero ninguna de ellas es una maravilla argumental. La voz, el humor, la atmósfera y el detalle punzante son los elementos clave de su arsenal (entiéndase, narrativa)
La soledad, reflejada en estos y otros de sus libros, funciona sin duda como un lado B al espíritu de nuestro siglo: la necesidad de ser apreciados o, peor aún, objetos de deseo (“everybody's so obsessed with being liked”, dice Moshfegh en una entrevista).
Finalmente, la mayoría de los cuentos en el libro provienen de sus colaboraciones con The Paris Review (lo que significa que pueden leerse online en inglés), y en español han sido traducidos por Alfaguara (en este blog he publicado uno de los textos del libro, Los raritos).
Vale la pena, también, revisar este breve ensayo en el que Moshfegh habla sobre su relación con un escritor famoso que se cree es Roth.