[Podcast] Batman y el relato del héroe
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Last Updated on: 24th julio 2022, 11:14 pm
El origen de Batman puede ser rastreado en el cruce del western con las novelas de detectives. En el número 27 de Detective Comics de 1939, Batman aparece por primera vez para resolver un asesinato por parte de un industrial corrupto. Sus métodos, en un inicio, se nutren de la tradición de Poe y Conan Doyle, al aparecer como un detective encapuchado capaz de usar la tecnología y la lógica para resolver toda clase de misterios. De esto y otras cosas hablamos en este episodio de El Anaquel, dedicado al “hombre murciélago” y a la figura del héroe en los relatos humanos.
En la música, escuchamos una selección heterogénea de canciones inspiradas por el comic:
- Los Straightjackets – Batman
- Chicano Batman – Cycles of Existential Rhyme
- Prince – Batdance
- Los Gandules – Batman, Robin
- Jaden Smith – Batman
Transcripción
Huye de su cueva y lo hace sin sombra. Un enemigo urde su caída pero lo traiciona la risa. Otro le expone un acertijo en el umbral de un laberinto y él traza una puerta: cree cerrarla con un aletazo. Otro, incluso, lo confunde mostrándole dos caras. El hombre murciélago vuela sin rumbo con un cosquilleo en sus entrañas. Una sombra se proyecta sobre la ciudad y él la hiere. El murciélago busca la luz del reflector y no la encuentra. Nadie lo convoca. Nadie sabe de él. Nadie conoce las dolencias de su sombra, y su sombra es solo una silueta en la escena del crimen: cándida, insípida, fámula, gótica.
Escuchamos el poema “El hombre murciélago”, de Luis Alfredo Gastélum, poeta mexicano del estado de Sinaloa. El texto me pareció un excelente arranque para este episodio en el que deseo hablar de Batman, de quien por cierto se estrenará una película en 2022, pero cuyo tema sirve como excusa para meditar sobre la figura del héroe y de lo que hablamos cuando hablamos de heroísmo.
Cuando descubrí los comics de inmediato sentí una predilección por Batman. A diferencia del resto del Panteón de DC Comics –con Superman a la cabeza–, Batman era oscuro, atormentado pero, sobre todo, humano. Eran los años noventa y en esa época DC Comics se había embarcado en la misión de reinventar a todos sus héroes. A Superman lo mató Doomsday, quien podría ser visto como la irracionalidad pura y, por tanto, implacable. A Batman lo dejó paralítico un enemigo salido de la nada. Estaba fascinado: los héroes ya no eran infalibles y esto, sin duda, los hacía más cercanos.
El héroe como mito
Ignoraba, por aquel entonces, que una década atrás Frank Miller había reinterpretado, sin necesidad de un villano lleno de esteroides, al Caballero Oscuro. Batman: The Dark Knight Returns narra un futuro en el que Bruce Wayne, retirado, se dedica a correr autos de carreras y beber martinis mientras su ciudad, Gotham, se desmorona. En este contexto, Miller logra narrar el amplio universo psicológico de Bruce Wayne que lo lleva, al final de la serie, a enfrentarse a Superman, metáfora de la lucha entre el hombre y dios.
Este arquetipo, lo sabemos, no es nuevo: pienso inmediatamente en Perseo sosteniendo la cabeza de la Gorgona para poder derrotar al titán.
Thomas Carlyle, en sus conferencias sobre el culto a los héroes, dice:
Nos abocamos a la tarea de discurrir acerca de los grandes hombres: su manera de resolver los asuntos de este mundo, de qué modo formáronse en la historia del mismo.
El héroe parece surgir en los grandes relatos religiosos a partir del llamado de un dios. Pensemos, por ejemplo, en Moisés y la zarza ardiendo. O en la orden de Huitzilopochtli a los mexicas.
Carlyle escribe:
Una vez abocado a la vida, no se aduerme ya más el pensamiento; se desenvuelve, se dilata, se trueca en sistema, y creciendo, creciendo, hombre tras hombre, generación tras generación, no se detiene sino hasta alcanzar la altura correspondiente al férvido impulso que lo creara. Luego, ganada ya la más elevada cima, empieza, no pudiendo crecer más, su decadencia, y muere necesariamente para hacer lugar a otro sistema.
Carlyle, entonces, plantea ya en 1840 ese arco que poco después Joseph Campbell retomaría cien años después en su libro “El héroe de las mil caras”. En el libro, Campbell menciona que “el héroe es el hombre o mujer que ha sido capaz de presentar batalla a sus limitaciones históricas personales y locales” para alcanzar una cima más alta. Esta cima, sin embargo, es espiritual. En otras palabras, el camino del héroe es, sobre todo, un renacimiento.
La segunda gesta del héroe es volver a nosotros, transfigurado, y enseñarnos la lección que ha aprendido de la vida renovada: donde esperaba encontrar lo abominable, encontró a un dios; donde creía que debería aniquilar al otro, se aniquiló a sí mismo; donde pensaba que el viaje le llevaría al exterior, terminó llevándolo al centro de su propia existencia.
Dicho de otra forma, tanto Teseo como el Minotauro son una misma persona.
Si bien el arquetipo al que apunta Campbell permanece vivo en nuestra psique (pensemos que los arcos que propone son la columna vertebral de cualquier épica: desde los mitos griegos hasta Star Wars o Harry Potter), este cáliz espiritual se difumina a partir de que comenzamos a relacionar al héroe con la gloria militar o terrenal.
“No quisiera morir cobardemente y sin gloria, sino realizando algo grande que llegara a conocimiento de los venideros”, dice Héctor poco antes de saber que morirá en las manos de Aquiles durante la Guerra de Troya.
El héroe, entonces, pierde su áura espiritual y brilla, sobre todo, bajo la luz de la batalla. Es en ésta donde nos damos cuenta, también, que el héroe para unos es el verdugo de otros.
¿Cuál es el origen de Batman?
El origen de Batman puede ser rastreado en el cruce del western con las novelas de detectives. Por ejemplo, El Llanero solitario y El Zorro, ambos con antifaz, son un antecedente directo del vigilante. En el caso del Llanero solitario, una dupla combate las injusticias de un estados unidos en plena expansión. Del Zorro podemos rastrear la estética del hombre murciélago: la noche que matan a los padres de Bruce Wayne la familia ha ido a ver una película de sus películas (una versión de este mito apunta al Joker como la persona que jaló el gatillo). En el número 27 de Detective Comics de 1939, Batman aparece por primera vez para resolver un asesinato por parte de un industrial corrupto. Sus métodos, en un inicio, se nutren de la tradición de Poe y Conan Doyle al aparecer como un detective encapuchado capaz de usar la tecnología y la lógica para resolver toda clase de misterios.
Llama la atención que la historia del origen de Batman sea el relato de un trauma: sus padres, asesinados frente a él, detonan una sed de venganza que lleva a Bruce Wayne a vivir dos vidas: la del millonario frívolo y, del otro lado, la del justiciero.
The Dark Knight Returns de Frank Miller y lo demoniaco en el héroe
En este marco, en The Dark Knight Returns Frank Miller presenta a Batman como un playboy quincuagenario que revive glorias pretéritas al arriesgar su vida en el automovilismo. Demonios de su vida pasada todavía lo atormentan: la muerte de Robin en manos del Joker y, por supuesto, la muerte de sus padres. Por las noches Wayne escucha la voz de un murciélago que le dice “yo soy tu alma”. Batman sale de su letargo –aunque valdría la pena decir que más bien revive– al mismo tiempo que Two Face es liberado.
No es fortuito que Harvey Dent, el fiscal desfigurado por un ataque con ácido, sea el primer enemigo al que se enfrenta el viejo héroe. Su rostro ha sido arreglado por los avances de la cirugía plástica y, pese a esto, Dent regresa al crimen cubriendo su rostro con vendas: así, la dualidad de Dent ha quedado invisible tras las vendas, mientras que la de Batman se nos presenta cada vez más clara.
El Joker, que por años había estado catatónico, observa las noticias y se entera del regreso de Batman. Lo que aparece a cuadro entonces es una diabólica sonrisa que los lleva a ambos a un último enfrentamiento.
Two Face, el enemigo dividido y, en cierto sentido, el Destino con su moneda en el aire, es el detonante para que tanto el Joker como Batman se encuentren. En el momento en el que el superhéroe captura a Two Face, el criminal grita: mírame y ríete, Batman. Pero la risa, como sabemos, pertenece al Joker. Así, en Batman: The Dark Knight Returns, todo es un juego de espejos que parece recalcar que no hay heroísmo sin horror, que es imposible entender a Batman sin el Joker y viceversa.
Podría decirse que, tras la Guerra de Vietnam, la dualidad monstruosa del héroe fue mucho más clara. Los soldados que regresaron a casa y fueron recibidos con desfiles en su honor habían cometido las peores atrocidades a miles de kilómetros de ahí. Muchos de ellos terminaron metiéndose una bala en la cabeza.
Paul Zweig, en el libro El aventurero: el destino de la aventura en Occidente (The Adventurer: the fate of adventure in the Western world), habla sobre la naturaleza demoniaca del héroe en Odiseo y Beowulf. Este último, en la corte de Hrothgar, es acusado de impureza por su fascinación por lo demoniaco, es decir, por el placer que encuentra en cada una sus luchas.
Zweig escribe:
Beowulf describe la domesticación del guerrero demoníaco en un héroe; el proceso de aprendizaje por el cual la fuerza del aventurero es regulada a partir de actos civilizados. Como guerrero, Beowulf descubrió en su interior un espejo del mundo demoníaco. Así, pertenece al reino de las furias oscuras contra las que su lucha más de lo que quiere creer.
Es curioso que Zweig mencione al espejo interior en el que el héroe ve al monstruo reflejado: precisamente, una de las ilustraciones más famosas de Two Face es la del villano mirándose al espejo. El antiguo fiscal se ha convertido en criminal en el momento en el que sucumbe, por venganza o trauma, ante la maldad. Batman, por su parte, está del otro lado al negarse a matar. Esta es la única línea que lo separa de el Joker. De nuevo a The Dark Knight Returns: en el último encuentro entre el Joker y Batman el criminal se mofa del héroe diciéndole que esperaba que tuviera las agallas para matarlo. Pero no lo hace. Esa frontera es la única que separa a Batman del mundo demoníaco que dice combatir.
La relación entre estos dos personajes es un tema favorito del comic: The White Knight, escrita por Sean Murphy, presenta una ciudad Gótica con un Joker reformado que compite para alcalde. En esta versión, Batman es percibido como un criminal al servicio de la élite de la ciudad. Pese a que los papeles han sido invertidos, la relación entre ambos es la misma: el Joker lo único que desea es ser tan importante para la ciudad como Batman.
En The killing joke, escrita por Alan Moore, el Joker plantea la idea de que cualquier hombre es capaz de perder la cordura tras el estímulo correcto. Para probarlo, el villano secuestra a Gordon, el comisionado de policía, y le muestra las imágenes de su hija desnuda, desangrándose en el suelo por un disparo en el abdomen.
Gordon no enloquece. Cuando Batman llega, el comisionado le pide capturarlo by the book, que no es sino un eufemismo para decir que la ley debe prevalecer, y con ella, las instituciones. Batman, quien al inicio del comic se pregunta si no terminarán matándose el uno al otro, lo captura como se lo han pedido. Al final, sin embargo, el Joker hace una broma y Batman termina carcajeándose con él, en una rara convergencia.
Paul Zweig diría que el héroe requiere de ese contacto con lo demoniaco para poder triunfar. La hipertrofia de esta intersección se dará con El Batman que Ríe, una historia extraña en la que Batman, en un universo paralelo, mata al Joker finalmente. En ese momento el cuerpo del payaso libera una toxina que convierte al hombre murciélago en un nuevo Joker creando, así, un nuevo supervillano cuya única motivación es la muerte.
La dualidad del héroe: el horror
Dijimos hace un momento que el héroe, de acuerdo a Zweig, requiere para triunfar de entrar en contacto con lo demoniaco. Batman no es muy distinto: su principal herramienta no tiene nada que ver con la tecnología que utiliza. Es mucho más primitiva y, al mismo tiempo, efectiva: el miedo. Antes que llevar a los criminales a la justicia, Batman desea aterrorizarlos.
Por ejemplo, Frank Miller muestra cómo Batman cuelga a un criminal en la cima de la torre más alta de Gotham solo para escucharlo gritar. Al cierre de The White Knight, Batman se sincera con Gordon:
Disfruto de herir a criminales. No uso una pistola ni les quito la vida, pero eso no me convierte en un buen tipo. Puede ser parte de su rehabilitación, pero mi brutalidad también ha empeorado a criminales como el Joker. A veces no sé por qué utilizo una máscara: ¿es para asustarlos? ¿O porque me doy miedo a mí mismo?
Si la tesis de Joseph Campbell es cierta y toda gesta heroica es, al mismo tiempo, una conquista espiritual, los monstruos que el héroe encuentra en el camino no son otra cosa que versiones o facetas de sí mismo. En el libro “Soy lo que me persigue”, Ismael Martínez y Carlos Pitillas escriben:
Las ficciones afirmativas suelen tener finales que confirman los valores tradicionales de la comunidad: al final, el monstruo es derrotado, la amenaza reducida, la razón y el orden social son restituidos. Estas ficciones participarían de la lógica que, según Terry Heller, reactualiza las represiones socioculturales que sostienen nuestra vida social.
En otras palabras, nos enseñan al monstruo para exorcisarlo inmediatamente. En este contexto, la carcajada del Joker es un relato cautelar que nos recuerda lo cerca que estamos todos del abismo.
En Julio de 2012, en Aurora, Colorado, Estados Unidos, un chico llamado James Holmes entró en la sala donde se estrenaría la tercera parte de la trilogía de Batman dirigida por Christopher Nolan.
Holmes lanzó varias bombas de humo antes de disparar la munición de cuatro armas automáticas contra la multitud que esperaba ver la película. Veinticuatro personas perdieron la vida esa noche. Cuando los policías finalmente lo apresaron, James Holmes les dijo que él era el Joker.
Franco “Bifo” Berardi utiliza esta tragedia como punto de partida para un ensayo sobre el rol del capitalismo en la salud mental. “Holmes, me di cuenta, quería eliminar la separación entre el espectador y la película. Quería ser parte de la película”.
Éste libro, titulado “Héroes”, tiene varias implicaciones. La que nos concierne apunta a la siguiente idea:
la forma épica del heroísmo desapareció al final de la modernidad, cuando la complejidad y la velocidad de los eventos humanos sobrepasaron la fuerza de la voluntad. Al surgir el caos, el heroísmo fue reemplazado por una maquinaria gigantesca de simulación. Estos juegos de simulación tomaron, la mayoría de las veces, la forma de alguna subcultura como el rock, el punk, la cybercultura, etcétera. Aquí yace el origen de la forma post moderna de nuestra tragedia: en la frontera en la que la ilusión es confundida con la realidad, y las identidades son percibidas como formas auténticas de pertenencia. Este fenómeno está acompañado de una falta desesperada de ironía, en tanto los humanos respondemos al estado actual de permanente desterritorialización al adherirnos a un sentido de pertenencia a partir del asesinato, el suicidio, el fanatismo, la agresión o la guerra. Solo a partir de la ironía y nuestro entendimiento de la simulación en el corazón de todo lo heroico es que tenemos una posibilidad de salvarnos.
En cierto sentido, la difuminación entre la realidad y la película sirve a Bifo para analizar a los que sufren y se vuelven asesinos debido a la maquinaria capitalista de hyperconexión e hypercompetitividad en la que estamos inmersos. En otras palabras, figuras como Batman (millonario exitoso, galante, fornido, el mejor de su clase, de cualquier clase, rompenarices, héroe), son solo un arquetipo tóxico, el epítome del individualismo, mismo que tiene sus raíces en un sistema nocivo, patriarcal y capitalista que brinda excesiva atención a este tipo de figuras. Pensemos, por ejemplo, en Jack Paul, el Youtuber convertido en boxeador profesional y quien recientemente peleó contra Floyd Mayweather.
Bifo, en el libro antes citado, nos cuenta que “ ‘Running amok' es una expresión en inglés que proviene del idioma malayo. En el contexto original de Malasia, un hombre que previamente no ha mostrado signos de ira violenta adquiere un arma y, en un frenesí repentino, mata o lesiona a cualquier persona en las inmediaciones. “Running amok”, así, es una forma de restablecer la reputación de uno como hombre, ser respetado, pero también es una forma de escapar del mundo cuando la vida se ha vuelto intolerable, y generalmente culmina en el suicidio. Es un síndrome ligado a la cultura, cuyas manifestaciones están moldeadas por las expectativas sociales y el contexto cultural”.
Batman: El Mundo, de Alberto Chimal
Me interesa invitar, en este momento, a Alberto Chimal, escritor mexicano, autor entre otras obras de La Torre y el Jardín, finalista del premio Rómulo Gallegos, y quien recientemente ha escrito una colaboración con DC Comics titulada “Batman El Mundo”.
Alberto, muchas gracias por acompañarnos.
Me llama la atención que Batman es el único superhéroe cuyo origen es el trauma. ¿Cómo crees que define esto al personaje?
En la historia que escribiste decidiste centrarte en los feminicidios en méxico. ¿Hay, en medio de esta serie de tragedias, un espacio para el heroísmo?
¿Cuál crees que sea el futuro de Batman pensando que, al día de hoy, el vigilante tiene muchas asociaciones negativas, sobre todo si se piensa en los paramilitares en la frontera entre México y Estados Unidos, o el abuso de poder por parte de la policía en México y otros lugares del mundo?
Alternativas al relato del héroe
“Demasiada emoción, demasiadas exudaciones de masculinidad, demasiada admonición moral, demasiada superación de uno mismo, demasiado culto a la muerte”, escribe Ulrich Brockling en su libro “Héroes postheroicos” al referirse a figuras como Batman.
El libro plantea preguntas clave para abordar la figura del héroe en el siglo XXI: ¿cuál es la intención de estas narrativas y su valor de uso? ¿qué orden social exigen? ¿qué fenómenos autorizan, con qué valores, normas de conducta y reglas emocionales los orientan? ¿Qué poder de decisión otorgan o deniegan y que marcos imaginativos inauguran?
Por poner un ejemplo, una característica del héroe reside, sin duda, en su capacidad de sacrificio. “Dulce y honroso es morir por la patria”, dice un antiguo poema de Horacio. De la misma forma, se considera heroico dar la vida para salvar la de otros. Brockling, sin embargo, acusa que los regímenes políticos y religiosos dependen de la disposición al sacrificio para mantener su sistema de privilegios. Desmantelar lo heroico ofrece, entonces, otra posibilidad: la revalorización de lo cotidiano, la lucha contra la indiferencia, la importancia de la comunidad.
En su ensayo “Teoría de la bolsa de transporte de la ficción”, Úrsula K. Le Guin escribe:
En las regiones templadas y tropicales en las que parece que los homínidos evolucionaron para transformarse en seres humanos, el principal alimento de la especie eran los vegetales. Pero es es difícil contar un relato verdaderamente apasionante de cómo arranqué una semilla de avena de su vaina, y luego otra, y luego otra, y luego otra, y luego otra. No puede competir con cómo le di una estocada con mi lanza al enorme flanco peludo de un animal. Este segundo relato no solo tiene Acción, también tiene un Héroe. Y los Héroes son poderosos. El relato del héroe no es el relato de la comunidad. Es el relato de él.
Pero quizás esto está cambiando. Lo hemos visto, recientemente, con las nuevas narrativas del feminismo. También, con la pandemia: el personal médico en la primera línea, los trabajadores de supermercado, los recogedores de basura, los policías, etcétera, fueron revestidos de una aura heroica que, desafortunadamente, no fue correspondida con un cambio de su realidad material. Podría decirse, a la manera de Bifo, que todo esto no fue sino otra simulación.
En todo caso, quizás hay en este momento un giro narrativo, uno que nos aleja de individualismo de Batman para regresarnos al relato ancestral al que refiere Úrsula K. Le Guin, donde no hay un actor poderoso, sino tan solo bolsas, objetos para recoger y conservar, relaciones mutuas que no pueden ser caracterizadas como conflictos ni armonía, sino como procesos continuos, fluidos y horizontales. Si Joseph Campbell proponía un viaje a sí mismo, Brockling, apoyado en el pensamiento de otros como K. Le Guin, proponen una ruta contraria, un hacia fuera enfocado en los otros, en la comunidad.
Hay que bajar a los héroes del pedestal, dice Brockling, meterlos en una bolsa con otras personas, animales y cosas. Hay que contar las historias que no tratan de luchar, matar ni sacrificarse, sino de cuidad, recoger, recolectar.
“Si queremos calificar de postheroico el arte de contar esas historias y la disposición a entusiasmarse por ellas, entonces lo cierto es que nuestro presente aún está muy lejos de ser postheroico. Pero sería una buena idea que llegara a serlo”, concluye.
Cerramos con Jaden Smith, y su tema “Batman”. Hasta la próxima.