Ramiro Sanchiz – Ejercicios de Dactilografía

Ramiro Sanchiz – Ejercicios de Dactilografía

Me he entretenido mucho con este libro de Ramiro Sanchiz, tres ensayos (aunque podrían ser también una exégesis, o un tratado) sobre el afuera, es decir, todo lo que existe más allá de nuestra piel y se esfuerza por entrar, por influirnos.

El resultado es que las obras que se pretenden imaginativas en algún sentido no lo son, ya que, al momento de referir a la otredad o al afuera, lo hacen a través de caminos de lo que podríamos llamar el adentro o la mismidad, como en el juego kantiano de las categorías como aquel a priori de la cognición, que hace que lo otro solo sea percibido en términos de lo mismo y que, como dicen los psicólogos baratos, solo reconozcamos en los demás aquello que ya está en nosotros. La literatura quizá no sea otra cosa que un permanente reciclado de conceptos que fundan una y otra vez lo humano allí donde solo hay habitaciones vacías, casas abandonadas, economía, reacciones químicas y la segunda ley de la termodinámica, y así, en tanto comercio entre fantasmas, difícilmente sea capaz de hablar del afuera o de lo otro en términos que no lo degraden todo a lo mismo de siempre.

Contado así, el libro puede resultar extraño. Sanchiz comienza el primer ensayo con una anécdota sobre Carrère: «mientras leía Yoga me topé con un pasaje en que el autor confesaba no saber escribir a máquina o, mejor dicho, ser capaz de hacerlo únicamente empleando un dedo (…). A partir de esa confesión, Carrère reflexiona sobre la relación entre escritura y hardware, y postula la idea, en mi opinión indiscutible, de que ese hardware, sea el teclado de la máquina (…) no tanto condicionan la escritura -porque eso implicaría postular una suerte de escritura ideal y previa, que en su realización o actualización se ve de alguna manera modificada- sino que más bien la producen, sin apelación alguna a una anterioridad, exterioridad o trascendencia al hecho mecánico de escribir».

Entonces, es decir, me atrae la idea de prescindir del sujeto como hipótesis o modelo y, por tanto, apelar a formas de concebir la escritura que se desplacen desde lo que vemos bajo la perspectiva fundada en el sujeto a cosas como procesos o los objetos mismos. De ahí que, con el libro de Carrère cerrado sobre mis rodillas, me puse a pensar en tecnología, en teclados y exterioridades, y me decidí a ejercitar la escritura a través de ejercicios de dactilografía que activaran el movimiento de mis meñiques. Suena trivial explicado así, lo sé, pero no creo que lo sea: se escribe con el cuerpo o desde el cuerpo, después de todo (porque no se es otra cosa que ese objeto llamado cuerpo, cabe agregar), y esto hace de la escritura un sistema de interacción entre áreas cerebrales, nervios, músculos y huesos, que involucra la memoria muscular tanto como la afectiva, que postula preferencias, tropismos, condicionamientos y fetiches. No es posible saber a priori qué conexiones se esconden entre la escritura y los movimientos de las manos.

Esa incursión del afuera (en este caso, del hardware), está presente en el siguiente ensayo: Sanchiz explora la figura del flaneur empujada no por el paseo en sí, sino por el algoritmo de una app, Randonautica, que plantea un punto cercano al que visitar sin más motivación que el azar: «la app produce una ruptura en la relación medios-fines, un malfuncionamiento de la herramienta que hace que la percibamos en términos de su propio ser y no en su estado a la mano, de relación con nuestros objetivos; estos «puntos ciegos», en definitiva, han de ser aquellos que solo percibimos cuando algo fortuito hace que nos detengamos ante ellos para mirarlos como nunca antes los habíamos visto». ¿Cuáles son los efectos que estas visiones generan en nosotros? ¿Cuál es el producto del azar?

En este sentido, el tercer ensayo introduce una variable adicional: quizás nosotros también somos parte de ese afuera que intentamos decodificar.

Yo, entonces, camino por la ciudad en la noche, yendo de aquí para allá sin objetivo, sin razón, a la deriva entre la arquitectura y sus efectos, esperando el sol, esperando un indicio de retorno, y pienso que quizá en este momento hay en mi casa una copia exacta de mí haciendo todo eso que yo habría hecho de no haber salido a caminar, un replicante que se sienta en mi sofá rodeado de mis libros y escucha On Land, de Eno, o mira Blade Runner 2049, o repasa uno de mis tantos libros favoritos hasta que el sueño lo lleva a la habitación donde dormirá solo hasta la noche siguiente, cuando vuelvan Agustina y las niñas, y, si en algún momento del pasado, tras abandonar una localización inane o poco significativa, di con la certeza de que yo era la ano-malía, de que yo era el extraño, quizá fue allí cuando dejé de ser yo y me convertí en un fantasma de la ciudad, una entidad producida por las calles y las fachadas para encantarlas como no es necesario ser una casa para estar embrujado y se puede ser una ciudad o una persona (creo que Emily Dickinson dijo algo parecido, sé que lo leí en alguna parte), o cualquier cosa que esté en el medio concebible entre esas dos entidades, el adentro y el afuera, el paisaje y el yo, el futuro y la memoria. Sería fácil extender mi memoria sobre la ciudad y señalar el área de mi infancia y la zona de mi adolescencia; igualmente sencillo es el movimiento contrario por el que detecto en mis recuerdos la presencia del barrio Atahualpa o del Cordón, pero más inte-resante, pienso mientras camino o hago circular mis pensamientos a fuerza del movimiento de mis piernas, es buscar los signos del sueño en la rambla, de todos mis sueños yuxtapuestos, aglomerados en un mapa único que asimila lo real y lo inmediato;

Libro interesantísimo, que conecta con otros autores como Mark Fisher y/o lecturas relacionadas al cyberpunk. Vale mucho la pena.

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la primera versión que se escribe es la mejor por ser más fresca, más cercana al verdadero yo expresivo del escritor, sin por ello adquirir ese compromiso retentivo con la escritura que solo permite la entrega a un editor (o a un lector cualquiera) después de docenas de revisiones, y desplazando ese proceso de enmienda o corrección a las subsiguientes ediciones del libro o cuento en cuestión, si es que las hay, concibiendo, en definitiva, la publicación de un libro no como el final de su , sino más bien como un estado más en su proceso, ¿por qué no preguntarme si escribir todavía más rápida, más fluidamente, no representará también escribir todavía más, con mayor riqueza y mayor alcance, escribir mejor? Pero, ¿podemos estar tan seguros de ese pliegue hacia una valoración? ¿No habría que preguntarse primero, por consiguiente, hasta qué punto ir a más puede implicar ir a mejor?

No se me escapa que en algún sentido este proyecto no es del todo diferente al de Levrero y sus ejercicios de caligrafía, término cuya etimología, hasta donde puedo descifrarla a simple vista, implica una apelación a la belleza en la grafía, la escritura, los signos, y, por tanto, remite a una normativa heredada, a una opción digamos conservadora o incluso reaccionaria, que, en el caso de Levrero, se traviste de su reiterada adhesión a la creencia en el espíritu y en el inconsciente, términos sin duda problemáticos (sobre todo el primero), y a pensar el arte como expresión de ese espíritu que de alguna manera se plantea como individual, como propio. A la vez, también puede replantearse lo dicho por Levrero como una búsqueda de exterioridad si es que ese inconsciente o ese espíritu son pensados por fuera de todo lo que nos hace pensarnos como sujetos individuales. Quizá estamos pensando en lo mismo, Levrero y yo, pero elegimos distintos modelos: uno subjetivista, expresionista y uno más bien maquínico, procesual.

Descubrí entonces que, a partir de la escritura acelerada, fue emergiendo también algo que podría llamarse levrerianamente un «discurso», que, si en el caso de Levrero, como es sabido, se enmascaró de diario y entró en relación con escrituras previas que también daban vueltas sobre la idea de un yo-como-centro (o una pérdida, precisamente, de la conexión con ese centro) y que después quedaron recogidas en esa serie que va desde el Diario de un canalla hasta las distintas secciones de La novela luminosa, en el mío lo que emergió fue, en cambio, un relato de flâneur por las calles del barrio sin nombre entre Parque Batlle y Buceo al que me mudé con mi muier y mi hija mayor en 2018.

No creía, por cierto, ni me interesaba indagar en la considerable literatura psicográfica sobre líneas ley y otras especulaciones por el estilo, como en From Hell, de Alan Moore, o en las novelas de lain Sinclair, sino que pretendía más bien dejar aparte el lado «ocultural» y apelar no tanto a una posible «ciencia», sino a conceptos más indeterminados, como el de zona o campo de influencias o perturbaciones, que, en interacción con los procesos de mis sentidos, mi sensibilidad e imaginación, terminaba por apartarme de mí y hacerme pensar no tanto desde mi «mundo interior» o imaginación y sensibilidad, sino desde el paisaje, refundado como un sistema nervioso externo al que yo me conectaba o, mejor, pensando a mi «yo mismo» como una parte más de ese afuera.

De inmediato pensé en esas sirenas hechas con esqueletos de monos y peces conservadas en gabinetes de maravillas y compiladas después por tantos manuales de criptozoología o de anomalías fortianas, solo que, en este relato (que bien es posible que se haya inventado mi memoria porque, después de todo, eso es lo que la memoria hace siempre, inventar, preferir fotos a experiencias, relatos a lo vivido, la monstruosa imaginación a lo monótono real), el críptido definitivo había aparecido en una plaza y quizá no era exactamente una sirena hecha así nomás

Mi cuerpo, quiero decir, es también ese patrón, eso que, aprendido por el sistema, ha sido copiado (la lectura del texto suscita o produce una nota posterior, por la cual el término copiado ya no parece válido, en tanto la idea de copia apunta también a la de un original, cuando la doble presencia o birrefringencia del cuerpo aludido debería señalar más bien un conjunto potencial o sistema de variaciones dado en ausencia de la presentación de un tema original que procesual u ontológicamente las precede) y existe ahora (al menos) en dos formas simultáneas; la más pequeña propicia que la sienta como mía, su darse me configura como conciencia y es como si reapareciera, teletransportado, reseteado una vez más con brazos y piernas, caminando por un pasillo ahora no hacia el túnel, sino hacia el ascensor.

no soy nada de eso, soy más bien otro personaje generado por el sistema, parte del decorado, uno de tantos sujetos generativos o emergentes que recitan su diálogo o hacen esa historia de repeticiones que será la suya y como replicantes llevan consigo sus propios recuerdos, su memoria de una vida completa, sus racimos de cosas y sus fantasmas de significado. Todo esto lo sé o lo sabía, todo esto lo he dicho y repetido, he orbitado en torno a estas ideas, a este texto, a las rectas, curvas y ángulos de estas letras, pero sé, además, que toda arquitectura es generativa, que toda ciudad es una simulación producida por sí misma desde siempre, que la variedad arquitectónica y estética emerge de una maraña de circuitos que no podemos comprender, tanto porque no hay un significado que hacer nuestro ni un nosotros que comprenda. Pienso entonces en las casas abandonadas, en las escrituras ilegi-bles, en las transmisiones radiales de números que nadie sabe qué función cumplen, si es que cumplen una función; pienso en la ausencia de significado y en las conversaciones de las cosas; pienso en los zumbidos profundos de los océanos, los cantos de las ballenas y de criaturas desconocidas, sus ecos infrasónicos contra plataformas continentales, en el ruido de fondo de un casete, de todos los casetes, de todas las tormentas, de los movimientos de todas las montañas y las placas tectónicas, y los hielos, y los mares; todo esto acelerado a una percepción del tiempo compatible con mis nervios, amplificado y expandido, desflorado en mundos, abierto en bosques que brotan de la trama expuesta, crucificado en calles, nivelado en plazas, adherido a los edificios vacíos, abandonados, camino múltiple por las ciudades fantasma, los bunkers, los muros, presente en esta habitación vacía, la luz del sol contra la piedra incrustada de polvo de diamantes, la luz contra el silencio la quietud y pienso en las ciudades vacías, en los edificios vacíos, en las habitaciones vacías, en todas las habitaciones vacías, y pienso finalmente que no hay sino habitaciones vacías, edificios vacíos y ciudades vacías, entre las estrellas.

Wong

Wong

Escritor. Autor de la novela "Paris, D.F." (Premios Dos Passos a Primera Novela) y la colección de relatos "Los recuerdos son pistas, el resto es una ficción" (Premio Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2017). En 2023 publicó su segunda novela, "Bosques que se incendia", y el libro de cuentos "Lotería Mexicana".

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