[Podcast] Witold Gombrowicz: Escritor Argentino

[Podcast] Witold Gombrowicz: Escritor Argentino

Last Updated on: 4th febrero 2023, 03:12 pm

Witold Gombrowicz: Escritor Argentino

En este podcast visitamos la novela más importante de Witold Gombrowicz, Ferdydurke, y ahondamos en las razones que hacen de Gombrowicz un escritor argentino. Su obra completa suma cinco novelas, tres obras de teatro, dos diarios, un libro de cuentos y diversas conferencias. Es a menudo absurda, irreverente y erótica, y se caracteriza a grandes rasgos por el problema de la identidad y el de la forma.

¡Dale play! O bien, debajo tienes la transcripción.

Si estás interesado en conocer más de Gombrowicz, te recomiendo además:

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Del lado musical escuchamos a The Kurws, banda polaca mezcla de garage y un punk bastante impredecible, pero cuyo sonido me parece el mejor contrapunto para la obra del polaco:

1 – The Kurws – Ciasne Taxi
2 – The Kurws – Lech Walesa
3 – The Kurws – Giganci Jazzu
4 – The Kurws – Dzieciom

 

Transcripción

Los orígenes de Ferdydurke

Son los años 40. La gente sigue las noticias de la Guerra Mundial en los diarios y en la radio. En el café Rex, en Buenos Aires, un grupo de escritores latinoamericanos se reúne a jugar ajedrez junto a un polaco. Son alrededor de diez personas. Charlan de literatura, principalmente, pero también de arte y política, así como de la clase intelectual de Buenos Aires.

El polaco tira frases categóricas a diestra y siniestra –dice que es un conde venido a menos por la guerra y que ha escrito una novela. Sin saber a ciencia cierta cómo ni por qué, entre todos los allí presentes deciden traducirla. Hay un problema: no existen diccionarios del polaco al español en ese momento.

El autor, que para ese entonces ya habla bastante español, comienza con la tarea y cada tarde lleva al café Rex una parte del manuscrito traducida por él mismo. Entre todos se unen a la tarea de traducción y gastan sus tertulias debatiendo cómo reescribir una frase o, incluso, en la mejor manera de inventar una palabra. El texto final es una reescritura inesperada y onírica del texto original.

Los meses pasan y el libro se publica, finalmente, en 1947. Es un fracaso de ventas. Los involucrados se disuelven poco a poco, pese a que el polaco permanece 16 años más en Argentina —en total, suman 24 los años que pasa en la Patria, sobrenombre que utiliza para llamar a su nación adoptiva.

Pese a las pocas ventas (y acaso, también, al carácter extravagante de su autor), el libro alcanza a sus lectores y cobra, con el paso de los años, un halo de culto. El polaco decide entonces dejar el país que lo ha acogido por dos décadas y se muda a Europa en 1963, gracias a una invitación para una residencia en Berlín. Incapaz de volver a Polonia debido al comunismo que ahora reina en el país, el polaco se instala en Francia, donde fallece en el año de 1969.

Su nombre era Witold Gombrowicz  y aquella novela mítica lleva por título Ferdydurke.

En una de las entradas de sus famosos Diarios escribe:

«¿Para quién escribo? Si es para mí mismo, ¿por qué lo mando a la imprenta? Y si es para el lector, ¿por qué hago como si hablara conmigo mismo? ¿hablas de ti mismo de tal manera que te oigan los demás?»

Gombrowicz  fue ignorado y desdeñado por los círculos literarios e intelectuales de Buenos Aires, en gran parte debido a su carácter polémico —en una ocasión en la que se le preguntó qué se necesitaba en Argentina para adquirir madurez literaria, Gombrowicz  respondió: “maten a Borges” y, en su conferencia Contra la poesía, afirmó que “los versos no gustan a casi nadie” y que el mundo de la poesía versificada “es un mundo ficticio y falsificado”.

Humberto Rodríguez, escritor cubano envuelto en la traducción de Ferdydurke, lo recuerda así en el Café Rex:

«A Gombrowicz  le gustaba criticar la actitud servil de numerosos intelectuales argentinos con respecto a París. También decía que nuestra literatura sudamericana, para ser auténtica, debía expresar y asumir su inferioridad».

En otra entrada de sus Diarios, Gombrowicz  explica mejor su situación en el Río de la Plata:

«Me encontré en Argentina sin un peso, en una situación realmente difícil. Fui introducido en el mundo literario y sólo de mí dependía ganarme a esa gente con un comportamiento sensato. Pero yo les propiné genealogía, con lo que conseguí hacerles sonreír. ¡Esa pasión, esa locura de darse aires y, además, de la manera más idiota posible! ¡Esa manía genealógica que me arruina y que pago con mi carrera social! Si de veras fuese un esnob. Pero no lo soy. Nunca he hecho el más mínimo esfuerzo por frecuentar los salones y la sociedad me aburre e incluso me repugna».

Se cuenta que un día, mientras caminaba por Buenos Aires junto a un amigo, Gombrowicz exclamó: ¡qué hambre! Su colega le contestó: “Tranquilo, no te preocupes. Tengo un cadáver, y habrá de sobra para los dos”. Cruzaron la ciudad hasta una casa: en el salón yacía, en su ataúd, un muerto cubierto de flores y llantos. En la habitación contigua, esperando las horas más avanzadas del velatorio, había un buffet de bocadillos y vino.

“El pasado”, escribe Gombrowicz , “es un derrumbe. El presente, como la noche oscura. El futuro, impenetrable”.

Escuchamos a The Kurws, banda polaca mezcla de garage y un punk bastante impredecible, pero cuyo sonido me parece el mejor contrapunto para la obra de Gombrowicz.

¿Quién fue el Witold Gombrowicz?

Witold Gombrowicz  nació en 1904 en Polonia dentro de una familia aristocrática venida a menos. Cursó la carrera de Derecho y, de 1927 a 1929, vivió en París, donde estudió filosofía.

En 1933, de regreso en Polonia, Gombrowicz publicaría sin éxito su primer libro, Memorias del periodo de la inmadurez, retitulado Bakakai años después, y cuyo nombre conmemora una calle del barrio de Flores en Buenos Aires. En 1937 publica la novela Ferdydurke, uno de sus libros más importantes y, al mismo tiempo, menospreciado y catalogado como “los desvaríos de un loco” por la prensa polaca.

Invitado por la gerencia de una compañía de cruceros a un viaje trasantlántico, Gombrowicz  se embarcaría en agosto de 1939 hacia Buenos Aires. Pocas semanas después Alemania invadiría Polonia, en lo que se conoce ahora como el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.  “El más argentino de los escritores argentinos terminó siendo un supuesto conde polaco que llegó a Buenos Aires por casualidad, y se quedó por accidente”, escribe César Aira.

La obra de Gombrowicz  suma tres obras de teatro, dos diarios, un libro de cuentos y cinco novelas. La primera de ellas, Ferdydurke, es en un primer nivel una fantasía derivada de los tortuosos años escolares del autor. Funciona como lo contrario a una bildungsroman o novela de formación: el personaje principal es Pepe, un hombre de 30 años obligado a regresar a la escuela tras escribir el manuscrito de un libro —las personas a su alrededor intentan forzarlo a ser un joven, a eliminar el “amaneramiento, la pose” que lo empuja a pretender que es un adulto.

«El idiótico e infantil cuculato me paralizaba, quitándome toda posibilidad de resistencia; trotando al lado del coloso que avanzaba a pasos gigantescos, no podía hacer nada a causa de mi cuculeíto. ¡Adiós, espíritu mío; adiós, obra, adiós mi forma verdadera y auténtica, ven, ven en forma terrible, infantil, verde y grotesca!

Cruelmente achicado, troto al lado del Maestro enorme que murmura:

—Ti, ti, gallinita… Naricita mocosa… Me gusta, e, e, e… Hombrecito peque… pequeñito… pequeñuelo… e, chico, ti, ti, cucucu, cuculi, cuculucho.»

Pepe pasa del colegio a la casa de los Juventones, una familia a la que el Maestro confía la labor de transformar al impostor en un joven de nuevo. El plan, al poco tiempo, se revela: los Juventones tienen una hija, Zutka, de la que Pepe se enamora.

«Comprendí en seguida que era un fenómeno muy poderoso, más poderoso quizás que Pimko y tan absoluto como él en su género. (…) Era igual a él, pero más fuerte, del mismo tipo pero más intensa, la perfecta colegiala en su aire colegial, perfectamente moderna en su modernismo. Y doblemente joven —una vez por la edad y otra vez por su modernismo—; era eso, juventud por juventud. Me asusté, pues, enfrentándome con algo más fuerte que yo.»

La novela galopa febril entre el absurdo y el surrealismo, y nos muestra las tensiones de la realidad, lo difícil que es ser y pertenecer. Emerge, en la segunda mitad de la novela, una subtrama que el propio Gombrowicz se empeñó en rechazar: Ferdydurke es una lucha violenta y demoledora contra la cultura pero, también, un intento político por mantenerse indemne ante las ideologías dominantes de la época.

«De nuevo… de nuevo reanudaba la conversación, trataba de entrar en confianza, hacerlo hablar, lograr la amistad, pero las palabras, todavía en los labios, degeneraban en un idilio sentimental y absurdo. El peón contestaba, como podía, pero era evidente que todo eso comenzaba a aburrirlo y no concebía qué quería de él el señorito chiflado. Polilla se metió por fin en la barata verbosidad de la Revolución Francesa, explicaba que todos los hombres eran iguales y bajo este pretexto exigía que el peón le diera su mano. Pero éste se negó terminantemente».

Esto, quizás, sea tan solo un rasgo más de su personalidad: la búsqueda de la dialéctica e, incluso, cierto espíritu de contradicción. Quizás por esto Ferdydurke contiene las aclaraciones del autor que lo alejan de toda lectura política:

«Claro está que no se trata aquí de una novela realista. Tampoco se trata de un libelo político, pues este libelo no tiene nada que ver con la derecha ni con la izquierda. ¿De qué se trata, entonces? Los dos problemas capitales de Ferdydurke son el de la Inmadurez y el de la Forma. Es un hecho que los hombres están obligados a ocultar su inmadurez, pues a la exteriorización sólo se presta lo que ya está maduro en nosotros. Ferdydurke plantea esta pregunta: ¿no veis que vuestra madurez exterior es una ficción y que todo lo que podéis expresar no corresponde a vuestra realidad íntima? Mientras fingís ser maduros vivís, en realidad, en un mundo bien distinto. Si no lográis juntar de algún modo más estrecho esos dos mundos, la cultura será siempre para vosotros un instrumento de engaño».

Resulta curioso que Gombrowicz se asumiera como heredero de su propia exégesis, que decidiera crear el canon interpretativo de sus obras. En otra entrada de su diario escribe:

«¿Tengo derecho a publicar semejantes comentarios de mis propias obras? ¿no será un abuso? ¿no aburrirá? Debes decirte: la gente anhela conocerte. Te desean. Sienten curiosidad por ti. Debes introducirles a la fuerza en tus asuntos, incluso en aquellos que les son indiferentes. Oblígales a que se interesen por lo que te interesa a ti».

De regreso a Ferdydurke, Gombrowicz  escribe que “los personajes no tienen ideales, ni dioses, sino mitos inmaduros que podríamos definir como un ideal adaptado al nivel de la auténtica realidad íntima del hombre. Ferdydurke sostiene que es justamente nuestro anhelo de madurez lo que nos arrastra hacia esa inmadurez artificial. Nuestro anhelo de forma nos lleva a una forma mala”.

La liberación reside, entonces, en destruir las formas, buscar de una forma u otra cierta autonomía. Así, Ferdydurke podría leerse como un acto de rebelión y, al mismo tiempo, como una autoafirmación, un campo de batalla en el que el individuo se mantiene en tensión constante entre lo que se espera de él y su propia naturaleza inacabada. De esta indeterminación, nos dice Gombrowicz , nace su fuerza.

El mito de Gombrowicz nace y continúa en nuestros días en Argentina, pero ¿por qué? Sobre este punto continuamos tras la pausa.

Witold Gombrowicz: Escritor Argentino

¿Por qué Gombrowicz  es considerado por muchos como un escritor argentino? Quizás una posible explicación está en lo que nos cuenta César Aira: Gombrowicz  reclutó a un grupo de jóvenes dentro de una especie de apostolado literario.

«Todos rondaban los veinte años (Gombrowicz había pasado los cincuenta), todos recibieron su apodo o nombre clave, y todos fueron fieles. El primero fue Juan Carlos Gómez, Goma, y él fue el fiel por antonomasia, y lo sigue siendo, ‘el fiel Goma’. El más joven fue Jorge di Paola, Dipi o El Asno. La integración de Dipi al grupo es un buen ejemplo del método de reclutamiento: en cierta ocasión, Gombrowicz fue de veraneo a Tandil, un pueblo en la provincia de Buenos Aires con el atractivo modesto y algo incongruente de unas sierras (y una Piedra Movediza que se cayó y se rompió). Lo primero que hizo al llegar fue ir a la municipalidad a preguntar si entre la población había alguien inteligente. Los desconcertados funcionarios sólo atinaron a remitirlo a un grupo teatral… Y allí estaba Dipi, que a los 15 años ya había leído Ferdydurke. (Incidentalmente: en esa estancia en Tandil nació Cosmos)».

“En una de las últimas páginas del Diario, ya de regreso en Europa, Gombrowicz se lamenta de no haber sabido cultivar su leyenda en Argentina”, continúa Aira.

«¿Quién recordaría su figura, sus anécdotas, sus frases?, ¿quién podría escribir sobre él? Sus amigos habían sido demasiado jóvenes, demasiado inmaduros, demasiado tontos. Esto último era una convención necesaria al teatro íntimo que había establecido, en el que un coro de burguesitos tercermundistas era infaliblemente aplastado por la dialéctica y los epigramas del Genio. En realidad no eran tontos: lo prueba el hecho de que aceptaran ese papel. Y lo prueba más aún el hecho de que hoy, cuarenta años después, sigan siendo fragmentos del Genio, que se arma y se desarma en los cafés de Buenos Aires. Es curioso que este maestro de la lucidez se haya equivocado de modo tan radical en este punto clave. Salvo que sea una maniobra más. O bien deberíamos concluir que el gran escritor que supo analizar y evaluar tan bien su propia obra fue superado por la creación que respaldaba esa obra: el grupo de amigos, el puñado de vidas que iluminó, el triunfo secreto sobre la ausencia».

Uno de estos discípulos cuenta, en el documental “Gombrowicz  o la seducción”, su paso por esta cofradía.

Cuarenta años después, la cofradía Gombrowicz  aumenta y continúa circulando el mito. En 2014, por ejemplo, se creó el Congreso Gombrowicz , un foro, homenaje y debate sobre la obra del polaco. Pau Freixa Terradas, traductor al español de Gombrowicz , menciona en uno de los documentos del Congreso que Gombrowicz  tejió en sus novelas “un alter ego reconocible del autor”. Gombrowicz , en otras palabras, se convierte primero en personaje y, después, en mito.

Freixa escribe:

«A lo largo de las décadas Gombrowicz se ha ido erigiendo en una especie de figura de culto al estilo del poeta maldito para una parte de la juventud y el mundo literario local. Este halo de leyenda en       torno a la extravagante personalidad del autor, su peripecia vital y sus ideas iconoclastas, se parezcan o no a lo que nos muestran los datos objetivos de su vida y obra, ha posibilitado la retoma de un Gombrowicz ficcional, irreverente y outsider, que a menudo poco tiene que ver con el Gombrowicz real y menos aún con el autoficcional. (…) En este sentido, la apropiación de Gombrowicz por parte de los escritores argentinos no responde tanto a una relación de continuidad literaria o de intertextualidad lógica, intencionada, como a una casualidad fruto de la configuración del   sello “Gombrowicz ” en el imaginario del país sudamericano».

Pau Freixa concluye que “las características propias de la recepción de Gombrowicz en la Argentina no pasan tanto por la recepción de la obra, sino más bien por la representación imaginaria de esta, de lo que esta significa y muy especialmente de la figura mitificada de su autor”.

Quizás la pieza más importante del mito Gombrowicz pertenezca a Ricardo Piglia: en su novela “Respiración artificial” de 1981, Piglia reconstruye su mito a través del personaje Vladimir Tardewski, un escritor polaco en la argentina fascinado por el fracaso. Escribe Piglia:

«Podría decirse, dijo Tardewski, que ese acto aparentemente irreflexivo o, si se prefiere, ese acto azaroso por el cual me vi atrapado por la entrada de las tropas nazis en Varsovia fue mi primera decisión consciente (aunque yo entonces no lo sabía) de llegar adonde ahora estoy: viviendo en Concordia, provincia de Entre Ríos, dedicado a la enseñanza privada de la filosofía (…) Y todo esto ¿por qué?, dirá usted, me dice Tardewski, quizás por esa predilección fascinada que sentía en mi juventud por el mundo de los fracasados que circulan en los ambientes intelectuales. Pero ¿qué es, dijo, un fracasado? Un hombre que no tiene quizás todos los dones, pero sí muchos, incluso bastantes más que los comunes en ciertos hombres de éxito. Tiene esos dones, dijo, y no los explota. Los destruye. De modo, dijo, que en realidad destruye su vida. Debo confesar, dijo Tardewski, que me fascinaban».

Seis años después, en 1987, Piglia escribe un famoso ensayo titulado ¿Existe la novela argentina?, en el que traza los paralelismos entre Borges y Gombrowicz . En ambos, escribe Piglia, encontramos los tonos y las intrigas de la ficción argentina, los lenguajes extranjeros, la guerra y la pasión por las citas, los problemas de la inferioridad y la traducción e historia de los estilos.

Escribe Piglia:

«En la versión argentina de Ferdydurke el español está forzado casi hasta la ruptura, crispado y artificial, parece una lengua futura. Suena en realidad como una combinación (una cruza) de los estilos de Roberto Arlt y de Macedonio Fernández. Y hay algo de eso, diría yo. Como si el Ferdydurke argentino se ligara en secreto con las líneas de la novela argentina contemporánea».

Esas líneas centrales son la ruptura con las formas cristalizadas de la lengua literaria. “Arlt, Macedonio y Gombrowicz . La novela argentina se construye en esos cruces”.

Quizás debemos a Piglia que Witold Gombrowicz  sea ahora un escritor argentino y sea ahora parte de su cánon.  Seguimos con The Kurws, los nombres de las canciones los pueden consultar en la descripción de este podcast.

Gombrowicz: el vanguardista

Ocho años después de haber llegado a Argentina, Gombrowicz  comienza a trabajar en el Banco Polaco gracias a la recomendación de compatriotas en el exilio. En las horas muertas escribe El Casamiento, su segunda obra de teatro, y Trasatlántico, libro en el que “una nave corsaria contrabandea una fuerte carga de dinamita con la intención de hacer saltar por los aires los sentimientos nacionales”.

Deleuze diría que Gombrowicz  fue, junto a Joyce y Borges, “el tercer mosquetero del vanguardismo”. Esto lo llevaría a ganar el Premio Formentor por su novela Cosmos en 1967, un libro sobre “la formación de la realidad”, una novela policial como una tentativa por organizar el caos

Se cita a menudo los “Diarios” como su obra más significativa, acaso por lo ambicioso del proyecto: 16 años de escritura y, también, múltiples ramificaciones: es ficción, ensayo, reflexión, exégesis y confesión. Inicialmente pensado como una serie de artículos y columnas para la revista Kultura, creada en París por Jerzy Giedroyc, el diario cobra vida propia: en él Gombrowicz opina, critica, celebra, se mete con todo y con todos, incluyendo su propia obra.

Las entradas del diario son tan famosas como fulminantes. Tomemos, por ejemplo, una entrada de 1966:

«Finalmente tengo que formular (pues veo que nadie lo hará en mi lugar) el problema fundamental de nuestro tiempo, aquel que domina por entero toda la episteme occidental. No es el problema de la Historia, ni el de la Existencia, ni el de la Praxis, o de la Estructura, o del Cogito, o del Siquismo, ni ninguno de los otros problemas que han ocupado el campo de nuestra visión. El problema capital es: CUANTA MÁS INTELIGENCIA, MÁS ESTUPIDEZ».

Me interesa, sin embargo, ese otro diario titulado Kronos, publicado por su viuda póstumamente. Escribe Rafael Toriz que “a diferencia de su Diario, Kronos no es una obra literaria, sino una síntesis de hechos y fechas semejante a la lista del supermercado, registro de salud y finanzas, itinerario de una vida sexual disipada”.

Leemos, por ejemplo:

«1941. Julio. La prensa. Inyecciones. Amistad con don Alfredo. Ofensiva alemana contra Rusia. Una bailarina peluda, tres putitas, Charlie, Nari, El basurero. Chicola en la Avenida Costanera. Héctor. Un borracho. Una puta en el hotel».

En otras páginas cuenta las veces que pisa la comisaría a causa de sus aventuras homosexuales, los padecimientos que van desde la gonorrea hasta la sífilis, así como las peleas con amigos y colegas. Kronos es el lado más sórdido del polaco: sus pasiones, pero también sus miserias.

Hay, por cierto, una lectura de Kronos de Maria Kodama y Gael García Bernal en Youtube, de la que rescato un fragmento:

Visto así, los diarios (como en su momento lo fue también Ferdydurke) cobra mayor significancia en cuanto sirve como autoafirmación, sus páginas como el campo de batalla en el que Gombrowicz se planta frente a todos.

En la última entrada (Domingo, 1969) leemos:

«Toda la vida he luchado por no ser un escritor polaco, sino yo mismo, Gombrowicz».

El diario es, así, el testigo de esta batalla.

Blanco resume a Gombrowicz como una suma de contradicciones, suma en tensión, sin resultado, un mero acto de sumar. Homosexual y heterosexual, decadente y moderno, revolucionario y reaccionario, estetizante y procaz, literario y antiliterario, solemne y paradójico, sensual y metafísico, agresor y fugitivo, maduro e inmaduro, natural y artificial, joven y viejo…

Al final de su vida, Gombrowicz  sería nominado en diversas ocasiones al Premio Nobel de Literatura, aunque en ninguna de ellas resultaría galardonado –la leyenda cuenta que estuvo a un voto de recibirlo en 1968, año en que ganó, sin embargo, Yasunari Kawabata.

“Su obra –oscura, sonámbula y extravagante– era la reencarnación de su propia personalidad”, escribiría en su momento Enrique Vila-Matas.

A poco más de medio siglo de la muerte del Rioplatense polaco, vale la pena recordar el Ferdydurke, novela en la que la marginalidad, la parodia y el absurdo servirían de punta de lanza para tantos otros autores que habrían de venir, entre ellos César Aira, Roberto Bolaño, Enrique Vila-Matas y Alan Pauls.

Después de regresar a Europa en 1963 —al que Gombrowicz  describe en sus Diarios como “un viaje hacia su propia muerte”—, el polaco se instalaría en la ciudad de Vence, Francia, donde pasaría los últimos meses de vida. Murió en 1969, dormido —otros dirían soñando— tras complicaciones pulmonares derivadas del asma.

Cerramos con otra canción de The Kurws, pueden encontrar todos los títulos en la descripción del podcast. Si les interesa conocer más sobre Gombrowicz , les recomiendo que revisen la página //www.congresogombrowicz.com/.

Hasta la próxima.

Wong

Wong

Escritor. Autor de las novelas "Bosques que se incendian" (2023) y "Paris, D.F." (2015, Premio Dos Passos a Primera Novela), así como de la colección de relatos "Los recuerdos son pistas, el resto es una ficción" (Premio Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2017).

5 comentarios en «[Podcast] Witold Gombrowicz: Escritor Argentino»

  1. Presentarse en el ayuntamiento para preguntar si hay alguna persona inteligente en el municipio me parece un rasgo de humor monumental.
    ¿Cómo es que el escritor se dirige a los demás simulando que se dirige a sí mismo? Quizás porque nadie se conoce a sí mismo. Somos extraños de sí mismos. En tal caso, si hablo conmigo es como si hablo con personas desconocidas, pero más fácil, porque este desconocido tiene más difícil escapar.

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