Servidumbre y grandeza de la vida literaria – Christopher Domínguez Michael

Servidumbre y grandeza de la vida literaria – Christopher Domínguez Michael

Last Updated on: 21st diciembre 2017, 04:41 pm

literatura mexicana octavio paz

Alego por una crítica impune, o sea, “libre de castigo”, capaz de medrar lejos del sentimentalismo estético y de la corrección política. Quiero la soberanía para el crítico, su reconocimiento como igual entre pares, sin someterlo a la vigilancia provocada por su condición de no ser poeta o novelista, “creador”, como dice la doxa, y librándolo de sus pretendidas obligaciones como garante del Bien público.

La cita anterior brinda luz sobre la postura de Christopher Domínguez Michael frente a su propia obra, o bien podríamos decir, frente a la crítica. Es cierto que el principal argumento contra el crítico es su exclusión moral del entorno creador –yo mismo lo he establecido aquí–, hecho que sin duda lo sitúa en la periferia con respecto al Olimpo literario. En el caso de Domínguez Michael, sin embargo, esto no es del todo cierto, debido a su cercanía –para seguir con el símil– con los dioses y su posición de demiurgo en este campo. Hoy, desde el pedestal que cincuenta años de tradición le han ofrecido –desde sus anécdotas de niño al ver a su padre jugar ajedrez con Arreola, hasta su cercanía con Octavio Paz–, Domínguez Michael se ha convertido en el cancerbero del canon y de la literatura mexicana.

Si somos honestos, tal vez sea él uno de los que mejor entienda en este momento los retruécanos de nuestra literatura nacional: sus fallos, sus tradiciones y sus escuelas –recordemos, tan solo, la vasta empresa que realizó con su Antología de la Narrativa Mexicana del Siglo XX–. Al mismo tiempo, este conocimiento y las redes con el poder literario que ha tejido a lo largo de su lo sitúan en una posición ventajosa donde sus comentarios tienden más al fusilamiento que a hacernos entender a nosotros, lectores, los misterios de la obra y el texto.

Dicho esto, Servidumbre y grandeza de la vida literaria reúne ensayos diversos sobre la literatura mexicana escritos entre 1986 y 1997. La mayoría de estos textos fueron publicados en este periodo en las revistas Proceso y Vuelta, así como en diversos suplementos, y recorren en cinco secciones a figuras y libros importantes de la literatura nacional del siglo XX. Christopher cuenta, citando lo que Hugo Hiriart le dijo cuando Michael tenía 20 años, su sino:

En ti nació primero el impulso crítico que el impulso creador. Pero vives en una cultura que desprecia a la crítica. Tu destino ineluctable es convertirte en otro Castro Leal, colmado de prólogos y antologías.

En el ámbito literario nacional, Christopher Domínguez Michael tal vez sea más odiado que respetado –¿no es graciosa esta imagen sino porque es cierta?– pero analizar su obra, sus afectos y sus reticencias es útil en cuanto ofrecen un panorama amplio de lo que ha sido nuestra literatura: polémicas, grandes fracasos y acaso algunas obras maestras que nos sobrevivirán como pueblo.

Adolfo Castañón –en 1998, fecha de la publicación de este volumen por Joaquín Mortíz–, comenta:

Perteneciente a un linaje que lleva la política en la sangre –la estirpe de los intelectuales misioneros de la utopía y de su crítica–, Domínguez Michael ha seguido un itinerario pautado por una política del espíritu, por una exigencia de jerarquización de los valores éticos y estéticos. (…) En Servidumbre y grandeza de la vida literaria consigna la caligrafía del gusto y la puntuación de la historia acuñando generosamente moneda de baja denominación. Generosidad porque en la literatura, como en la vida, es preciso traer cambio y moneda fraccionaria.

Coincido, como apunta Castañón un poco más adelante, que la prosa de Domínguez no está exenta del gusto por la polémica, enamoramiento por la controversia. Pese a que siempre podemos apegarnos a nuestros afectos, el golpe mortal –o el que intenta ser mortal– es el que generó la leyenda de David y Goliath. No nos confundamos, sin embargo: Domínguez Michael no es ningún David –pese a que en el momento de la publicación del libro buscó la polémica con José Emilio Pacheco y Juan Rulfo, recién fallecido–.

El crítico como testigo que observa las palabras y la sombra que arrojan las palabras. El crítico como catador de los vinos y vinagres de la vida literaria. Porque la crítica se concibe como una tarea de justicia: poner las cosas en su lugar, dar a cada cual lo suyo, discernir los hitos que enlazan a la historia con la letra, a la cultura con la fábula.

La última parte del libro, Vituperio y Elogio del Arte de la Crítica, es en cierto sentido el libelo de Domínguez Michael con respecto a su labor. Hay cierto patetismo en las notas que comparte: las concordancias con la imagen de Antonio Castro Leal, la insuficiencia académica, la tradición española de la crítica, todo para diseccionar el desprecio al crítico literario y el estigma que carga como creador fracasado. La literatura es cruel –al final, la mayoría de nosotros nos dirigimos, pese a nuestras angustiosas brazadas, al olvido–, y lo es aún más el entorno literario. Christopher Domínguez Michael conoce esto y, creo, intuye que la posteridad será todavía más cruel con todos nosotros. Por ende, su postura es de un darwinismo casi conmovedor: sólo los más aptos permanecerán, mientras que el resto formaremos parte, si bien nos va, de los pies de página y los prólogos del aún joven volumen que constituye la literatura mexicana. En esta selección natural, Christopher Domínguez Michael contribuye con su interpretación a este proceso, discusión con la que podemos estar o no de acuerdo, pero de la que, sin duda, no podemos permanecer indiferentes.

Para finalizar, dejo a su consideración algunas de las justificaciones que Christopher nos ofrece en el epílogo –cada quién decidirá si levanta la mano y arroja la piedra.

La vida literaria es la propia literatura, y va más allá, al incluirlos, de los aspectos cotidianos y prosaicos, fenoménicos, de ésta. La grandeza de las obras literarias es una gracia que la teología y la economía no explican. Y la grandeza de la vida literaria, ese diálogo entre los escritores vivos y los escritores muertos, es la obra de todos los días, el combate contra la servidumbre generada por la vanidad. Esa tautología me recuerda lo que leí el otro día, en Descartes o Spinoza, la idea de que somos fuerte en la medida en que domeñamos las pasiones que nos avergüenzan, nos hieren o nos enloquecen.

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He leído tantas lamentaciones por la insuficiencia de nuestra Ilustración que terminé por aceptarlas todas. En el mundo hispanoamericano el crítico es una criatura incómoda y despreciable. sin ir más lejsr, desde el siglo XIX español, la crítica literaria ha sido una hermanastra altanera o servil, pero siempre bastarda de la poesía, la novela y el drama, las hijas consentidas del ingenio.

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¿El crítico es perezoso? Sainte-Beuve, el doctor Johnson, Clarín murieron escribiendo, sus obras incompletas de tan inmensas, trabajaron como bueyes y produjeron, en cantidad, más que la media de los novelistas.

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El caso más hiriente, por representativo, del crítico como fracasado, lo escenificó Antonio Castro Leal (1896-1981), que por su edad vivió entre el Ateneo de la Juventud y los Contemporáneos. Editor inteligente, fue “el crítico” durante décadas pero dejó una herencia mediocre. No hay una idea digna de ses nombre en los Repasos y defensas (1987) que Salvador Elizondo recopiló piadosamente. Con el decoro de Reyes, pero sin su elegancia y muñeca; con la timidez de los Contemporáneos pero sin su valentía, a Castro Leal sólo le quedó canonizar La novela de la Revolución Mexicana (1960), única tarea a su altura.

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El poder del crítico procede de su paso por la tierra fértil de un pecado: la vanidad, antigua vanagloria. No creo que un crítico pueda, realmente, destruir una reputación. Logra hacer algo más peligroso: herir una vanidad. Los daños a la reputación son reparables. Pero los mordisco a la vanagloria jamás cicatrizan, por más fasto que sea el destino mundano de la víctima. Y a mayor reconocimiento público, más duelen esas viejas y pequeñas heridas.

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Prefiero pecar por injusticia, que por atención al decoro, esa forma meliflua y cobarde de la hipocresía, confundida entre nosotros con las buenas maneras. Conozco a los viejos decorosos: se bañan en una tinaja de bilis. Me quedo con la malicia de Cuestra frente a la templanza de Reyes; con las espesas soflamas vasconcelianas antes que con los cálculos siniestros de Guzmán; adoro esa intemperancia de Octavio Paz, oportuna incluso cuando es errática. Como reseñista he atacado ideas y novelas, y a veces, a personas. Lamento mis groserías y estoy dispuesto a repararlas, pero ¿por qué a un poeta se le permite un mal verso, crimen más sonoro que la más nefasta de las salidas de un crítico?

Wong

Wong

Escritor. Autor de la novela "Paris, D.F." (Premios Dos Passos a Primera Novela) y la colección de relatos "Los recuerdos son pistas, el resto es una ficción" (Premio Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2017). En 2023 publicó su segunda novela, "Bosques que se incendia", y el libro de cuentos "Lotería Mexicana".

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