La voz cantante – Eloy Tizón

La voz cantante – Eloy Tizón

Last Updated on: 21st diciembre 2017, 04:41 pm

fausto

Yo por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas, vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y, a los que no ahondaren tanto, los deleite.

La de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades

la voz cantanteLa voz cantante es una novela que junta dos tradiciones: la novela formativa, por un lado, en tanto que abarca la vida completa de Gabriel Endel, desde sus primeros recuerdos hasta los aprendizajes de su vejez, y el mito faústico, transformado, sin duda, a partir de los encuentros del protagonista con el diablo en momentos decisivos e incluso moralizantes.

La novela es, también, una reflexión del tiempo y la memoria, intención, sin embargo, que tiene que ser presentada frontalmente:

En este librito minúsculo salvado de la intemperie, encuadernado en rústica, está concentrada toda mi juventud itinerante y buena parte de mi existencia adulta. Es el cordón umbilical que me mantiene unido al pasado. En su partitura está escrita la música de mi vida, que sólo yo puedo interpretar.

La premisa es tremendamente cursi: Gabriel se enamora de Mónica Friser, una chica que lo tiene todo, incluido a un padre posesivo que no desea que ella se case con nuestro protagonista. Rebeldes, bajo esa embriaguez que brinda la juventud y la locura del enamoramiento, escapan por toda Europa con pasaportes falsos, mientras el cruel padre sigue sus pasos de país en país, de pueblo en pueblo. Somos testigos, bajo la tensión continua de que van a ser descubiertos, del deterioro de su relación: su maleta cada vez pesa menos, un abogado escribe sus notas con un lápiz gastado que vuelve loco a Gabriel, Mónica llora porque su secador se ha descompuesto, etcétera. El desenlace es trágico, como tiene que serlo en cualquier historia de amor que valga la pena, y los amantes se separan. Gabriel, convertido en un solitario profesor universitario –¿o de preparatoria?– prepara sus memorias y adereza la anécdota principal con sus supuestos encuentros con el diablo.

Esto, sin embargo, no enriquece la novela, distrae de su meta principal y añade una situación poderosa pero anticlimática. El mito faústico, referido previamente, es sólo un pretexto para agregar mayor profundidad a un personaje que, encasillado en su historia de amor, resultaría burdo y odioso. La promesa que podría haber abierto Satanás –la pasión por saber, por conocer todo los excesos, la consecución y el fracaso del amor, el dinero y el poder, en fin, ese abanico tan amplio de deleites que constituyen nuestra idea del infierno– es desaprovechada por Tizón para enfocarse, en la segunda parte, en la historia mediocre de Mónica Friser, y digo mediocre por situaciones como ésta:

–Cuéntame cosas de ti –le pedí a Mónica Friser.

–¿De mí? –preguntó ella–- ¿Qué es lo que quieres saber?

–Todo –dije yo–. Lo quiero saber todo. Tu pasado. Tu vida antes de mí. Qué hacías antes de conocerme.

(…)

–No sé qué decirte, Gabriel –dijo Mónica Friser–. No hay mucho que contar. De verdad. Fui una niña de lo más corriente. Estudiosa. Tímida. Feúcha. Mi muñeca favorita era una ardilla de trapo con la que hablaba de noche y ella me contestaba y yo le contaba a la ardilla todos mis secretos al oído. A los siete años estaba rellenita y llevaba un aparato corrector en los dientes. Por culpa del aparato, tenía vergüenza de que los demás me viesen la dentadura al sonreír y casi todo el tiempo estaba seria, con gesto preocupado. Reírme a carcajadas era todo un lujo que a esa edad no me podía permitir. De noche, con la luz apagada, rezaba a Dios para que sucediera un milagro y al despertarme por la mañana y mirarme en el espejo tuviese los dientes arreglados. Dios mío, por favor te lo suplico, haz que se arreglen mis dientes.

La anécdota es interesante porque Tizón tiene el tino de ironizar sobre la misma: Mónica Friser termina casada con el dentista que le arregla los dientes de adolescente. ¿Qué hace que el padre, un tipo que mueve a sus investigadores por media Europa, acepte que su hija se case con un dentista pero no con el estudiante de letras que la ama? Sólo Dios y Tizón saben.  Mónica, sin embargo, evade lo realmente doloroso que implica la pregunta de Gabriel: aquellos que fueron antes que él; el primer amor o, tal vez, el verdadero amor; la primera relación sexual; en síntesis, el descubrimiento del otro. Gabriel pregunta por todo, lo quiere todo, esto es, su pasado, y ella lo que hace es hablar de su trauma adolescente con sus dientes.

Es triste. Tan triste como la realidad, como las conversaciones que escuchamos en el metro. La novela de Tizón pretende, desde un inicio, ser un lugar más grande que la realidad –vemos al diablo, en un inicio, entregar el pétalo de una flor al inspector que revisa los boletos en el tren– y de repente todo se vuelve absurdamente pueril, dos jóvenes hablando de las formas que ven en las nubes.

Como nota final, el pasado no es un hecho, sino un ente difuso y maleable. Recordar no significa volver a vivir, sino crear otra vida, una que vive en la ficción de nuestra memoria. Hay, en ésta, fortunas y adversidades al estilo del Lazarillo de Tormes, algunas dignas de ser contadas y otras para nuestro deleite. Hay, también, muchas anécdotas listas para ser olvidadas.

Para una reseña de El País, consulten esta nota de Rafael Conte.

Wong

Wong

Escritor. Autor de la novela "Paris, D.F." (Premios Dos Passos a Primera Novela) y la colección de relatos "Los recuerdos son pistas, el resto es una ficción" (Premio Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2017). En 2023 publicó su segunda novela, "Bosques que se incendia", y el libro de cuentos "Lotería Mexicana".

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