La memoria del aire – Caroline Lamarche

Last Updated on: 29th marzo 2020, 11:59 am
Caroline Lamarche (Liége, 1995), escribe en La memoria del aire un poderoso documento sobre el machismo y el patetismo de nuestra masculinidad. Para hacerlo, se vale de dos momentos: una relación fallida con un escritor y, de forma terrible y poderosa, de una violación.
La novela comienza con un sueño: la narradora encuentra a una mujer muerta en el fondo de una cañada. Se propone, al descubrirla, hablar con ella. Tiene una historia que contar, pero solo hablando —o escribiendo— descubrirá cuál es. La visión abre una brecha al pasado cuyas consecuencias serán devastadoras:
Ayer me dormí escuchando en la radio un programa sobre los pacientes borderline. Nunca he pensado en mí como una persona borderline, sin embargo esta mañana me he acordado, o tal vez fuera ayer por la noche, antes de ceder al sueño, de que el último hombre que he amado, el hombre de antes, como yo lo llamo (pero ¿antes de qué?), dijo de mí enseguida, al principio de nuestra relación, que nunca había conocido a ninguna mujer que cambiara de humor tan rápido, varias veces al día, a la hora e incluso al minuto; uno de los síntomas, me informó, de esas personas, de los borderline.
Lo que parece una novela sobre l'amour fou, se convierte poco a poco en un retrato sobre las formas de la violencia masculina —la violencia verbal escala a lo afectivo y, poco después, a lo físico. Lamarche, en todo caso, evita victimizarse:
La tristeza de los hombres es una enfermedad que me contamina con bastante facilidad, no estoy hecha de mármol ni de goma ni de jabón ni de nube, su desaliento no me resbala, penetra, mi piel es una esponja.
Ese hombre inseguro, patético, se repite después en la forma de un violador.
No, la cosa no marchaba, yo no lo conseguía, fingir, y fue aquella incapacidad así como el terror al cuchillo lo que hicieron que perdiera la cabeza y empezara a llorar y a chillar: “¿por qué haces esto?” (…) De repente se hartó, se hartó de verdad, de esta pregunta que yo repetía, repetía y repetía, ¡llorando y chillando! Bruscamente, dejó de intentar hacer aquello que en cualquier caso no marchaba, se enderezó y con un tono completamente desquiciado me dijo: “¡Porque no puedo hacer otra cosa!” (…) Pobre tipo, me dije, estupefacta.
El resto de la narración es igual de devastador y, al menos tiempo, familiar: sucede la revictimización, la culpa, el señalamiento —la narradora, de pronto, se sorprende en el banquillo de los acusados. Escrita con laxitud y distancia, la novela no llega a la rabia, sino a una fría disección del machismo (o bien, de los motivos de la lucha feminista) y su testigo: “el aire y su memoria”. Una gran novela, sin duda.
Para otras novelas similares, los invitamos a escuchar nuestro podcast sobre escritoras: