La excursión – Gerald Durrell

La excursión – Gerald Durrell

Last Updated on: 21st diciembre 2017, 04:25 pm

dorset england

la-excursion-durrellGerald Durrell fue un naturalista británico, mejor conocido por sus expediciones a África y su trabajo con la BBC. Tuvo, como su hermano Lawrence, una veta literaria que exploró en relatos, crónicas autobiográficas e investigaciones a partir de sus por el mundo. En La excursión, título que Alfaguara en su momento utilizara para compilar tres cuentos, Durrell nos ofrece dos estampas de su extraordinaria familia en la que Larry, sin duda, es el personaje más entrañable en cuanto más insoportable es. Hay que recordar que este tipo de personajes poseen un encanto arrebatador –el más emblemático de la literatura estadounidense tal vez sea Ignatius J. Reilly, personaje principal de la novela La conjura de los necios de  John Kennedy Toole.

La excursión es el primer texto en el que Durrell cuenta una horrorosa excursión en la costa de Dorset, en Inglaterra, y en la que su hermano Lawrence –escritor, amigo de Henry Miller y autoexiliado en y – visita la casa de su madre para viajar por la campiña británica en un viaje de risibles consecuencias. Dice Juan José Millás que la sátira, en su origen, es un «género» didáctico, cuya función, por tanto, consiste en enseñar mostrando en toda su ridiculez los defectos y vicios sociales. La familia Durrell se convierte así en un retrato de todas las familias: ese cúmulo de obsesiones y extravagancias que posee cualquiera pero que, al ser magnificadas, se convierten en una epístola de la ridiculez humana.

El viaje inaugural, por su parte, continua con la misma fórmula, aunque añade un elemento paralelo a las extravagancias de su familia: un viaje en un barco griego por el mediterráneo. Todos sabemos cómo son los barcos griegos, dice uno de los hermanos al respecto del viaje que están a punto de iniciar: el trayecto está plagado de absurdos y situaciones dignas de un sitcom. En este punto del libro la lectura es harto disfrutable: los dos relatos funcionan como divertimento y como parodia familiar, cercana a todos nosotros.

La entrada, sin embargo, es un cuento cuya factura es muy distinta a los otros dos, representa un juego de espejos en el que “algo” repta detrás de los espejos. La historia se desenvuelve en tres planos: el lector del mundo físico que observa una cena de amigos en la que se le entrega al personaje un manuscrito con una historia terrorífica. El personaje comienza a leer la historia y se convierte en otro lector, lo que en cierto sentido lo convierte en nosotros. El narrador, entonces, se traslada al personaje que escribió dicho manuscrito: un hombre condenado a muerte por una suerte fantástica que implica un rito con el diablo y una inscripción extraña: Soy tu siervo. Aliméntate y libérame. Yo soy tú.

Fue entonces cuando miré casualmente al espejo que tenía enfrente y advertí que, en el reflejo, la puerta del salón que había cerrado cuidadosamente estaba ahora entreabierta. Sorprendido, giré en redondo y miré hacia la puerta verdadera, para descubrir sólo que estaba tan perfectamente cerrada como la había dejado. Volví a mirar al espejo y me aseguré de que mis ojos –ayudados por el vino– no me estaban jugando una mala pasada. Pero no cabía duda alguna: en el reflejo, la puerta aparecía ligeramente entreabierta.

El descubrimiento es monstruoso y el efecto es perfecto: Durrell construye en La entrada un excelente cuento de terror en el que el personaje, presa de sus miedos, corre para salvarse. Ante lo que sucede, el lector –que es tanto nosotros como el personaje inicial– no puede sino sentir angustia:

De repente se me heló la sangre en las venas, pues me di cuenta de lo que eran. No eran orugas, sino dedos de un amarillo desvaído rematados con largas uñas negras y curvadas, como gigantescas espinas deformes de rosal. En el preciso momento en que advertí esto apareció la mano entera, que palpaba flojamente la alfombra mientras avanzaba. Era la mano de un esqueleto, cubierta de amarillenta piel apergaminada de la que sobresalían como nueces nudillos y articulaciones. Buscó a tientas por la alfombra, mostrando la descarnada muñeca de la que brotaban los dedos como tentáculos de alguna extraña anémona marina, una anémona surgida de las profundidades en cuya perpetua oscuridad se había vuelto pálida. Luego se retiró lentamente tras la puerta. Me estremecí al pensar qué clase de cuerpo iría unido a aquella horrible mano. Esperé durante cosa de un cuarto de hora, espantado de que pudiera aparecer de repente tras la puerta del espejo, pero no sucedió nada.

La trama, como es de esperarse, avanza para descubrir el misterio. El final, sin embargo, es difuso, y acaso esa sea la falla que podría recriminársele: no hay indicios que sustenten por qué sucedió lo que sucedió, ni hipótesis que conecte distintos aspectos del relato, más que acaso una leve sospecha. El desenlace, sin embargo, recuerda esa cita de Borges en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius: los espejos y la cópula son abominables porque multiplican a los hombres. Para leer este último cuento, den click al siguiente enlace.

Roberto Wong

Roberto Wong

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: