Los días perfectos – Jacobo Bergareche

Last Updated on: 17th noviembre 2023, 09:21 am
“Los días perfectos” (2021), de Jacobo Bergareche, es una novela sobre la pasión y su antítesis, el tedio. Un periodista tiene, por azar, que visitar la ciudad de Austin, TX, y decide escribir un texto sobre William Faulkner y la correspondencia que tiene con su amante, Meta Carpenter. Mientras el narrador le habla a su amante, las misivas de Faulkner sirven de espejo a una historia en la que dos mujeres representan el cielo (à la Schopenhauer, el tedio) y la pasión (esto es, el dolor: “pasión y patología tienen la misma raíz griega, pathos, que quiere decir sufrir, de modo que para un antiguo griego lo de reavivar la pasión querría decir reavivar el sufrimiento, que sería a todas luces un comportamiento patológico”, dice el narrador en algún momento).
Este díptico sirve de estructura a la novela, compuesta por dos cartas (una a Camila, la amante; la otra a la esposa, Paula) en la que el narrador retrata su periplo por lo pliegues de la pasión –sabemos, por la literatura, que después del amor solo queda la imposibilidad del olvido. El regreso lo vuelve un poco más miserable, pero acaso también un poco más consciente de que la vida se resume en esos momentos en los que uno se sabe feliz sin merecerlo.
“Quedémonos el recuerdo, me dices, y con esta manía que tengo de identificar las últimas veces, me doy cuenta de que esa frase sea probablemente la última acción que conjugaremos en el plural de la primera persona, nuestra última aparición conjunta en primera persona del plural de un tiempo presente. Probablemente sea preferible no quedarnos el recuerdo, aún no tengo claro qué bien puede hacernos conservarlo, pero si como me pides hemos de quedarnos el recuerdo, habrá que construirlo primero de una manera en la que quede, es decir, habrá que preservarlo de una manera en que podamos quedárnoslo. Solo tengo el lenguaje para embalsamar.”
En este sentido, la novela recuerda a “La uruguaya“, libro de Pedro Mairal publicada por la misma editorial, que toca también el tema de la pérdida y la recuperación del deseo masculino y termina con estas líneas:
“En la pausa antes de escuchar tu voz tuve la certeza de que te quería como te sigo queriendo y te voy a querer siempre, pase lo que pase. Era muy tarde y del otro lado de la puerta te escuché preguntar: ¿Quién es? Y entonces te contesté: Soy yo”.
Esto es, una afirmación del yo que en “La uruguaya” bien podría representar a todos los hombres (“aquí estoy, te engañé, soy yo“) y que en la versión para el cine la directora abandona para brindarnos el retrato desde el punto de vista de la mujer, “que deja un tanto más en evidencia algunos gestos un tanto patéticos de nuestro protagonista y saca a la trama de esa suerte de fantasía masculina de «cómo atravesé la crisis de los 40 y escribí algo al respecto» a la que por momentos se acerca la novela” (Diego Lerer, 2023).
“Los días perfectos” quizás tenga el mismo problema: un hombre aburrido toma una decisión que corre el riesgo de destruir el frágil entorno en el que todavía es posible encontrar alguna dicha (recordemos que la novela arranca con una anécdota del narrador jugando con su hija).
Hay, sin embargo, otra posibilidad de lectura: la vida (sin moral ni moraleja) como una colección de instantes (por definición: efímeros, fugaces) en largo trayecto que es el tiempo. Así, “Los días perfectos” puede ser vista como un relato poético sobre la felicidad perdida (destruida por el tiempo y por el tedio) y el deseo fútil de un hombre por abarcarla por completo.
“Ese fue sin duda nuestro atardecer, allí encontró su máxima expresión el paisaje extraño de nuestro idilio. Ese paisaje está pegado ya a mi recuerdo de ti, pero también está pegado a muchos otros paisajes que nunca veremos juntos, y en los que te he conjurado en cuanto he visto morir una tarde de cielos ardientes, en un rincón sin ruido, desde donde se abre a los ojos un amplio paisaje. En esos lugares donde nunca te veré he hecho desaparecer a todo el mundo tantas veces, he detenido el tiempo, y te he imaginado llegar paseando, desde lejos, tan lejos que al principio eras la silueta distante de una persona que camina, no se sabe si hombre o mujer, y luego vas adquiriendo algo de color mientras te aproximas, se intuye ya que eres una mujer, empieza incluso a parecer que podrías ser tú y no una de las otras siete millones de personas en el mundo, es asombroso, me digo a mí mismo, no puede ser posible, pero cuando ya empiezo a tener la certeza de que eres tú, me lleno de felicidad”
“Los días perfectos” cierra con la carta del narrador a su esposa en la que cuenta, de forma velada, el naufragio por el que ha atravesado. Ofrece, aunque no haya mucho que salva, una posibilidad: “un buen día de vez en cuando”, esto es, lo espontáneo y lo salvaje, días como los que ha vivido no hace mucho tiempo.
Sobre el autor
(Londres, 1976) compagina la escritura con diversos trabajos en medios –es guionista, columnista, productor. Es autor del poemario Playas (2004), la obra de teatro Coma (2015), la colección de libros infantiles Aventuras en Bodytown (2017) y el ensayo autobiográfico Estaciones de regreso (2019) sobre la muerte de su hermano. Las despedidas (Libros del Asteroide, 2023) es su última novela.
citas
“Tres o cuatro días al año es la medida perfecta de la evasión, no deben ser muchos más. La parte de nosotros que ocultamos a los demás ha de ser pequeña, pues si no, nos convertirnos en absolutos desconocidos para la gente a la que pertenecemos, y peor aún, nos terminamos convirtiendo en conocidos para la gente con la que precisamente disfrutamos de un trato íntimo entre desconocidos. Llega un punto en la vida en el que solo con los desconocidos se puede hablar, sin temor a asustarles ni a decepcionarles, de nuestros deseos ocultos, de aquello en lo que hemos dejado de creer, de aquello que ya no queremos ser y de aquello en lo que empezamos a convertirnos” pág 21
“No hay un mañana mejor que ese. Indudablemente se gastan pronto esos mañanas, su número está fijado desde el principio, después de un tiempo los mañanas que les siguen van perdiendo la capacidad de absorber promesas, dejan de ser triples, dejan de ser dobles, se vuelven idénticos unos a otros, y al final uno olvida la excitación canina de esas vísperas que precedían a la reaparición de aquella persona que nos tenía repitiendo mañana. Mañana. Mañana. Es ahora, con esta carta en la mano, cuando me doy cuenta de que yo también tuve esas vísperas con Paula, y las gasté todas hace ya tanto tiempo que ni me acordaba de lo que era irse a la cama pensando en cómo ese mañana iba a entregarme lo prometido” pág 35
“Aquí vino el instante de vértigo, el punto en que se abría la rendija de una posibilidad, la posibilidad de pasar a la acción. El otro día leí en un breve ensayo de Handke que instantes como este es lo que los antiguos griegos llamaban kairós: el instante oportuno, el momento propicio para actuar. Kairós era un dios del tiempo, pero del tiempo cualitativo, del momento en que todo puede cambiar para siempre, no un dios del tiempo lineal, de los ratos muertos y las rutinas, el dios que engendra el reloj, los días, las horas, como lo sería Cro-nos, un dios castrado. No me dio tiempo ni a pensarlo, aún hoy no sé por qué me atreví ni de dónde saqué la audacia, yo mismo me quedé sorprendido, casi aterrado, cuando de mi boca salió un: «¿Vamos?».” pág 39
“Me quedaba en todo caso la duda terrible (y aún me queda) de si mi deseo era anterior a ti, si ya estaba allí, oculto en las sombras de mi imaginación, buscando su tiempo, su escenario, su objeto, para salir a la luz. Les pasa a tantos hombres de mi edad, que salen ya poseídos por el deseo, en busca de un objeto que les sirva para alcanzarlo por un momento. Un amigo del periódico dice que la fidelidad es un asunto estrictamente nacional” pág 42
Después de los griegos, dice Handke, vinieron los cristianos, y ampliaron la medida del tiempo en que una persona debe buscar la realización, y esa nueva medida era exactamente lo contrario del instante: el logro al que se aspiraba era nada menos que la eternidad, el cristiano buscaba la realización tras la muerte, fuera de este mundo, en la eternidad. Luego con la Ilustración, la medida del tiempo logrado pasó a ser la medida de lo humano, que es la vida, y debía de ser una buena vida, una vida logra-da, una vida racional, kantiana, bien vivida, con buenos hábitos, buenos propósitos, buenos fines, buenos medios. Nosotros, en este tiempo, según Handke, ya solo aspi-tamos a tener un buen día, un día logrado entre tantos días inútiles y olvidables. Me gustó la teoría de Handke, se la compro. Pág 51
“Los patéticos te miran hasta con lástima, no hablas el lenguaje de la pasión, no eres capaz de entender ni calibrar la importancia de lo que les pasa. Es insoportable. No te creen cuando les señalas los lugares donde acaban todas y cada una de las pasiones que no acaban con la muerte, con el puñal de Julieta o la víbora de Cleopatra. Casi te alegras cuando al cabo de los años les ves llegar a uno de esos finales previsibles, al bebé y la ojera, al curso de bailes de salón con el que se trata de reavivar el fuego primigenio, a la escapada román-tica, a la silenciosa mesa de dos en un restaurante de postín. Hay un poema de Yeats, Ephemera, que lo cuenta de la manera más cursi y tremebunda, haciendo un uso efectista de las imágenes más descaradamente otoñales y patéticas. Se lo envío cruelmente a todo aquel que, convencido de la inmortalidad del sentimiento que le consume, me abrasa la oreja con el relato de su pasión:” pág 83
“Hoy día toda relación tiene su banda sonora, o aspira a tenerla. Hay canciones que se convierten en el tema principal de esa primera etapa en que el amor se vive aún como una película, nos esmeramos en encontrar esa canción que podamos llamar nuestra canción, aquella capaz de atrapar el espíritu de ese tiempo y retenerlo, como una gota de resina sobre la que se posa una mariposa” pág 98
“Qué razonable sería sustituir en las bodas la palabra muerte por la palabra tedio, ¿no crees? El mundo sería un sitio más alegre y sobre todo, más comprensible y comprensivo. Observa cómo cambiaría la cosa, imagínatelo dicho frente a un altar: «prometo serte fiel y res-petarte, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte y cuidarte hasta que el tedio nos separe». Y es que en realidad la muerte no separa, sino que une incluso más, ninguna persona ama más ni se siente más unida a su pareja que cuando esta muere” 116
“Me vuelvo a repetir: la historia ha de ser contada para que haya algo que uno pueda quedarse, lo contrario es vagar hacia el olvido, y olvidar es entregar nuestra vida a la nada. Lo dice en otra carta el propio Faulkner, una carta que he mencionado al principio de la mía, y que es la que más me ha impresionado y la que me ha llevado a escribir esta carta tan larga. La envía años después de estas dos cartas que ya te he copiado antes, y que pertenecen al inicio de su relación” pág 118