[Podcast]: Un verdor terrible de Benjamin Labatut
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Last Updated on: 24th julio 2022, 11:20 pm
Benjamin Labatut es un escritor chileno cuyo libro, “Un verdor terrible”, consta de cinco relatos que narran episodios al margen de la ciencia –la oscuridad al lado de las certezas, el terror corriendo al lado del progreso.
“Monstruos que inspiraron a Mary Shelley a escribir su obra maestra, Frankenstein o el moderno Prometeo, en cuyas páginas advirtió sobre el avance ciego de la ciencia, la más peligrosa de todas las artes humanas”.
Un verdor terrible – Benjamin Labatut
“Un verdor terrible” es un libro interesantísimo de un escritor único en la literatura latinoamericana. En la música escuchamos a Prince, 17 days en su versión de 1983 (piano and a microphone).
Transcripción
Benjamin Labatut poseé uno de esos perfiles sui-generis: nació en Rotterdam, creció en La Haya, Buenos Aires y Lima y vive ahora en Santiago de Chile. De sus primeros años en la escritura el autor cuenta que vivió por un tiempo “como un ermitaño”.
Pasé más tiempo soñando que despierto. Aprendí a meditar, conocí otra parte de mi cerebro.
La entrevista completa es interesantísima: un Labatut casi vagabundo avanza bajo el sol de Miraflores escoltado por perros callejeros.
En su primer libro, un volumen de cuentos, el narrador escribe:
Lo que realmente quería era ser escritor. Una decisión valiente, pensaba yo, algo con lo que había soñado durante toda mi vida. No era una vocación como cualquier otra: ser escritor, como ser soldado o samurái, tenía que ver con una postura violenta frente a la realidad, una oposición activa, una resistencia sin compromisos y sin tregua. La normalidad, la rutina, la felicidad eran para los demás, mientras que la vida del escritor servía para acercarse al abismo. Dónde estaba el abismo y qué se hacía cuando se alcanzaba ese punto era algo que no sabía. Supongo que quedarse mirando hacia adentro.
Esta cita del cuento La Antártica empieza aquí podría ser el epígrafe de Un verdor terrible: lo que leemos en los cinco relatos del libro son los abismos que se abren al margen de la ciencia, la oscuridad al lado de las certezas, el terror corriendo al lado del progreso –un espacio sin duda poco apreciado por los escritores por preferirse otras alternativas (a esto: los vicios, el amor, la Historia, la posibilidad, por mencionar tan solo algunos ejemplos).
“La literatura ilumina aquello que la ciencia oscurece”
Benjamín Labatut
En este sentido, el libro comienza con una trampa: lo que se narra posee distintos grados de verdad –el autor nos advierte en el postfacio que el libro es “una obra de ficción basada en hechos reales”, y que “la cantidad de ficción aumenta” al tiempo que se progresa en la lectura.
Labatut explica el libro como una búsqueda de ciertos fundamentos. El primer texto, Azul de Prusia, narra la conexión desconocida entre las drogas que utilizaban las tropas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, el cianuro y las cámaras de gases junto al “azul de prusia”, pigmento apreciado por centenares de artistas al comienzo del siglo XX:
Décadas antes, un antecesor del veneno utilizado por los nazis en sus campos de la muerte -el Zyklon A- había sido rociado como pesticida sobre las naranjas del estado de California, y empleado para despiojar trenes en los que decenas de miles de inmigrantes mexicanos se escondieron al entrar a los estados unidos. La madera de los vagones quedaba teñida con un hermoso color azulado, el mismo que puede verse lasta el día de hoy en algunos de los ladrillos de Auschwitz; ambos remiten al verdadero origen del cianuro, derivado en 1782 del primer pigmento sintético moderno, el azul de Prusia.
Páginas después, el texto continúa:
Uno de los componentes del elixir de Dippel fue lo que acabó produciendo el azul que adornaría no solo La noche estrellada de Van Gogh y La gran ola de Kanagawa de Hokusai, sino también los uniformes de la infantería del ejército prusiano, como hubiera algo en la estructura química del color que invocara la violencia, una sombra, una mácula esencial heredada de los experimentos del alquimista, quien despedazó animales vivos y ensambló sus partes en horribles quimeras que intentó reanimar con electricidad, monstruos que inspiraron a Mary Shelley a escribir su obra maestra, Frankenstein o el moderno Prometeo, en cuyas páginas advirtió sobre el avance ciego de la ciencia, la más peligrosa de todas las artes humanas.
El libro no es un panfleto ni una acusación: le interesan, sobre todo, cómo ciertas ideas se encarnan o se han encarnado en ciertos personajes.
En 1910, descubrió que las estrellas tenían distintos colores y fue el primero en medirlos utilizando una cámara especial que construyó con la ayuda del conserje del observatorio de Postdam (el único otro judío que trabajaba allí además de él), con quien solía emborracharse hasta el amanecer. Utilizó esa cámara, que se apoyaba en el palo de la escoba del conserje e iba trastabillando en círculos, tomando fotos desde diverso ángulos, para confirmar la existencia de los gigantes rojos, monstruosas estrellas ciencots de veces más grandes que nuestro sol.
El resto de los textos recorren rutas similares: los orígenes de las teorías que hoy rigen la ciencia corren al lado de misterios espirituales y personales que bordean, a momentos, la locura. Un verdor terrible es, así, un libro de viajes donde el trayecto es a través de estadíos, de maneras de entender el mundo y, acaso también, de los múltiples abismos que el progreso va franqueando.
Excelente